Los que somos de la generación de los setenta y ochenta, veíamos el año dos mil muy lejano, pero de repente en un abrir y cerrar de ojos, dentro de ocho años cumpliremos el primer cuarto de siglo. ¿Quién lo creyera? Y es que hoy, más que nunca, me siento como si no hubiésemos avanzado en nada, tan solo progresos en las comunicaciones, ciencia y tecnología. Sin embargo, lo más importante, lo esencial y lo que nos permite seguir construyendo modelos de sociedades decentes se ha dejado de lado.
Me refiero al factor humano que ha sido reemplazado por unos estereotipos que, en definitiva, siguen arrasando con la humanidad. El estereotipo del más poderoso, del más influyente, de las jerarquías y de los intereses mediáticos que se anteponen al bienestar colectivo.
Esta semana pensaba que era increíble que en pleno 2017 aún celebráramos el Día Internacional de la Mujer. Y me cuestionaba sobre el verdadero sentido de festejar un acontecimiento que, personalmente no debería tener nada de relevante, pero que aún le debemos rendir tributo. La realidad nos enfrenta a este tipo de sociedades, ancladas a la desigualdad y amarradas a una serie de prejuicios absurdamente impuestos por la ley del más fuerte.
En ningún lugar de la tierra, a las mujeres y a los hombres se les tendrían que diferenciar, discriminar o estigmatizar. Parece mentira, pero todos los 8 de marzo debemos recordarle al mundo que las féminas son iguales a los varones, me parece salido de contexto, especialmente en épocas modernas muy avanzadas para algunas cosas, pero aún trancadas mentalmente para otras.
Esperemos abolir algún día la celebración del 8 de marzo, sencillamente porque el raciocinio y el coeficiente intelectual de la raza humana permita avanzar al mismo paso de las máquinas.
Pasando a otro tema, desde el 2001 resido en Mallorca, y parafraseando el dicho, cuando pisé la Isla, como nos suele pasar a todos los forasteros, “llegué dando palos de ciego”. Si bien es cierto, nos cuesta entrarle a los mallorquines, la leyenda dice, que una vez te los haces amigos, será para siempre. En el caso personal, ya hice ese “curso de admisión”, y confieso que tengo algunos amigos de la Isla que se quitan el pan de la boca por dártelo, he ahí un verdadero signo de amistad sincera, a la cual siempre he mostrado reciprocidad.
¿Y por qué hago referencia a este ejemplo personalizado?: sencillamente porque leyendo las noticias de estos días sobre la negativa en el Congreso de los Diputados de Madrid de subvencionar la tarifa plana del coste del billete aéreo de vuelos entre islas, entiendo de alguna manera el carácter mallorquín.
No es para menos el disgusto y el desasosiego causado por el trato discriminatorio que desde Madrid se otorga a una de las comunidades que más dividendos le deja a España por un rubro tan importante como el turismo. Si los presupuestos del Estado se desajustan por los descuentos aéreos que debemos tener los ciudadanos de estas Islas cuando viajemos, es cuestión de echar el tijeretazo a otro rubro, en vez de perjudicar a quienes por su ubicación geográfica están en situación de insularidad. Pero no, la verdad es que tirando de memoria, salvo alguna equivocación, Baleares es una de las comunidades más castigadas por el gobierno de Madrid a la hora de distribuir presupuestos. Esta Comunidad Autónoma es un rentable destino paradisiaco para veranear, pero en la práctica es el trastero de la casa al momento de darle la importancia que se merecen los ciudadanos residentes. Solo por este trato discriminatorio, entiendo algunas actitudes de rechazo de muchos de los nativos, no justifico tampoco las mentes cerradas, pero sí que hay que conocer un poco de la historia para encontrar la razón de ciertos comportamientos de los mallorquines.