Hace siete años, un grupo de personas liderado por quien escribe, se aventuró a crear un loco proyecto por el que muy pocos apostaban. Era la creación de un equipo de fútbol aficionado federado que representara a este periódico en la tercera regional de la Federación Balear de Fútbol.
No fuimos los primeros en incursionar con un equipo conformado por jugadores mayores de 18 años de varios países, pero sí el primero en la Isla de tener un equipo conformado por integrantes de más de doce nacionalidades. Una especie de Resto del Mundo de jugadores que no tenían equipo y se identificaban con la finalidad de integración de culturas a través del deporte.
El desconocimiento y la nula experiencia en estas lides nos hicieron cometer algunos errores, que poco a poco se fueron enderezando. El primer año, pese al flamante ascenso a segunda regional, no fue fácil, pues aunque advertidos estábamos de situaciones que nunca imaginé vivir, me parecía que lo que vivimos sólo se veían en las películas de vaqueros del lejano oeste.
En lo deportivo debutábamos en dos grupos, el nuestro tenía 20 equipos y el otro 15. Al final ascendieron cuatro equipos, dos por cada grupo, nosotros lo hicimos con lujo de detalles obteniendo la segunda mejor clasificación, únicamente por debajo del desaparecido Ses Salines.
En definitiva fue un año exultante en lo futbolístico, mejor debut imposible. Sin embargo, nunca olvidaremos incidentes en los que nos vimos envueltos. La excusa siempre era la misma, “lo que queda en el campo se queda en el campo”. Y tras los insultos y enviarnos cada quince días en la mayoría de pueblos a la selva o invitarnos a abordar el barco de rejilla, las ofensas y los insultos quedaban ahí en el recinto deportivo. Si hablabas o denunciabas te tildaban de víctima o te entraba paranoia,.
Todo tiene un límite en la vida, la verdad, muchas veces respondimos a los insultos por nuestra procedencia. La etnia de algunos jugadores sudamericanos o el color de piel de los africanos- en aquel momento contábamos con cuatro muchachos de Senegal- eran suficientes motivos para desencadenar trifulcas verbales que por fortuna nunca llegaron a mayores, pero en algunas ocasiones llegué a pensar que tarde o temprano ocurriría.
Y es que a veces, desde el mismo momento en que cruzabas la puerta de un polideportivo algunos delegados de campo se encargaban de hacer hostil el ambiente y nos recibían con cara de escopetas. Afortunadamente esta situación con el tiempo se ha ido normalizando, aun así no faltan los comentarios xenófobos o insultos racistas a nuestros jugadores desde las tribunas, cuyos autores en su gran mayoría son padres e incluso gente que supera la media de 60 años. Vaya ejemplo que les dan a sus hijos a los que les acompañan supuestamente para animarlos.
Siempre el consejo que te dan es que permanezcas indiferente, no te dejes provocar, mantener la calma y ni hablar de ir a interponer una denuncia, pues eso es perder el tiempo. El pasado sábado 18 de marzo el árbitro Marc Prats resultó fue agredido en Llucmajor por unos aficionados del equipo local, nadie dijo nada, diez días después el hermetismo es total y absoluto.
El domingo 25 de marzo, una batalla campal entre adultos en un partido infantil en Alaró hizo que la imagen de Mallorca diera la vuelta al mundo, no precisamente por sus bondades turísticas.
Desde hace siete años las cosas tienden a cambiar gracias a las redes sociales y las potentes cámaras de grabación de los móviles. No solamente un partido se debe parar por la agresión e insulto a un árbitro. Las humillaciones y vejaciones de tipo racista y xenófobo están a la orden del día en algunos campos de fútbol de Mallorca. Lo saben en la federación, lo han escuchado los propios delegados federativos, los árbitros y jueces de línea, pero ninguno reacciona. Protejamos la integridad de los árbitros y también la de los jugadores cuando sean insultados desde la tribuna por desadaptados que desatan su furia y frustración en un campo de fútbol.