El primer día de abril nos levantábamos con la tragedia de la muerte de más de trescientas personas en Colombia, Mocoa, capital del departamento del Putumayo, por el desbordamiento de tres ríos. Centenares de familias afectadas que lo han perdido todo y medio millar de niños que se han quedado sin hogar por la muerte de sus progenitores.
Poco o nada podemos hacer sobre los efectos devastadores de la madre naturaleza, esa es la frase del común cuando se presenta un hecho de estas magnitudes. Sin embargo, dentro de lo poco que se pueda hacer, nunca los gobiernos nacionales deben escatimar esfuerzos para paliar los estragos de la naturaleza.
Sin embargo en el caso del departamento del Putumayo, dicen expertos y portales especializados, *es una de las regiones con mayores índices de deforestación en el país, según los informes de corpoamazonía más de 9 mil hectáreas han sido convertidas en potreros, zonas usadas para la ganadería extensiva o para cultivos de uso ilícito.
Este desastre que actualmente vuelca la solidaridad de Colombia, debe llevarnos a la reflexión frente a la necesidad de revisar prácticas que están acabando con el entorno natural; el monocultivo, la minería, la extracción forestal, no pueden seguir siendo prácticas avaladas por las políticas del Gobierno Nacional, mientras que la protección de páramos, reservas y bosques son señaladas y estigmatizadas*
He extractado esta reflexión del portal http://www.lahaine.org por la responsabilidad directa que los gobiernos deben asumir frente a futuras catástrofes. Existen otras zonas en Colombia y en Perú que están avisadas, se encuentran en alerta roja, y eso es lo preocupante. ¿Cuántas desgracias más nos esperan?.
Los gobiernos malgastan y derrochan dinero público, por ejemplo, en plebiscitos y en sandeces que en nada contribuyen al estado de bienestar de la ciudadanía. Y ni qué hablar de la corrupción y los miles de millones que la mayoría de los políticos se roban a diario en Sudamérica, y bueno, aquí en España cada día empeora el enfermo, a tenor de la cantidad de torcidos favores que se hacen entre simpatizantes de los partidos con tal de llegar y aferrarse al poder a cualquier precio.
En definitiva, es un mal endémico que desde luego es generalizado, podría ser que antes viviéramos en la realidad de nuestros países, pero con este fenómeno de las redes sociales y de la comunicación al instante nos damos cuenta que la lacra de la corrupción carcome a toda la sociedad global.
Esperemos que en el caso de Colombia, Perú y otros países expuestos a estos arrasadores fenómenos naturales, los gobiernos desde ya adopten planes de contención que ayuden a que estos problemas imposibles de erradicar, por lo menos sean más llevaderos para no seguir contando muertos a puñados.
La última parte la quiero dedicar a Siria: siempre he sido de los que afirma que el perdón es una de las grandes virtudes que puede heredar un espíritu noble. Sin embargo, existe algo en lo que no cabe la palabra perdón. Es cruel para la vida explicarles a nuestros hijos por qué otros pequeños mueren a la distancia por el capricho de la mezquindad humana, del hambre de poder y del instinto de la supremacía económica, el fanatismo religioso y lo avariciosa que es la política.
Como padre de familia no perdono, ni perdonaré cualquier acto de barbarie que atente contra las vidas inocentes. Las espeluznantes imágenes de los niños de la guerra que morían por el ataque de elementos químicos es para que el corazón se nos parta en varios trozos, a quienes tenemos un poco de sensibilidad y apego por lo más sagrado que la vida nos ha regalado. La muerte de estos inocentes no tienen ningún tipo de perdón, ni olvido, y no sé, hoy por hoy, qué explicación les daré dentro de muy poco a mis pequeñas hijas Paula e Isabella de 3 años y 7 años, respectivamente.