Personajes como Trump y Salvini, el avance y la alianza de organizaciones xenófobas en Europa y la irrupción de Vox en Andalucía, junto al constante goteo de pateras y de muertes en el Mediterráneo, ponen el tema migratorio de rabiosa actualidad. Pero el foco mediático habitual casi siempre se orienta hacia las fronteras cerradas, los muros y las negativas gubernamentales a acoger a las personas rescatadas en el mar y a la emergencia de mantras como “los inmigrantes nos roban el trabajo”, “les dan pagas y servicios por delante de la población local”, “son delincuentes” y toda esa sarta de mentiras que intoxican el ambiente y nos alejan del meollo de la cuestión.
Las migraciones son la consecuencia de la política imperialista, de dominación y de saqueo de la riqueza, impuesta sobre los pueblos por los amos del mundo, unas veces de forma más o menos camuflada y otras a sangre y fuego, como ha ocurrido en Libia. Son un síntoma y no el problema en sí.
La gente huye de la guerra, de la persecución o simplemente de la pobreza desde una opción individual que tiene efectos muy negativos en el país de origen. Porque no emigra el que quiere sino el que puede y, generalmente, lo hacen los sectores más cualificados que piensan que tendrán más oportunidades en otros países. Eso mismo vale para los miles de jóvenes que han salido de nuestras fronteras desde que empezaron los recortes para convertirnos en un país de camareros, cajeras y reponedores de grandes superficies, incluso a quienes tienen licenciaturas y masters. Esos sectores cualificados emigrados también se pierden para poder luchar contra esas políticas de dominación y de explotación que son la causa profunda del problema.
Pero la llegada al lugar de destino no es menos dramática que la salida o el viaje. Aunque algunos individuos, después de vencer un montón de obstáculos legales y sociales, consiguen abrirse camino y rozar en lo posible el sueño de una vida mejor, buena parte de la población inmigrada acaba instalada en alguna forma y en algún grado de exclusión social. Será mano de obra barata y sin derechos, incluso clandestina, utilizada para hacer lo que los de aquí no quieren hacer, para reventar el mercado laboral a la baja y para convertirse en el objeto de odio de poblaciones locales que también son golpeadas por las crisis cíclicas del sistema de acumulación de riqueza que manejan unos pocos.
¡Qué harían los de VOX si no hubiera inmigrantes a los que culpar de casi todo!. Elegir una población y convertirla en la causa del mal y la diana del odio es un clásico de la historia de la dominación y la explotación de los pueblos, nada nuevo. Pero si VOX, Trump, Salvini o Le Pen proclaman abiertamente su xenofobia, la socialdemocracia se dedica a despistarnos con supuestas políticas de acogida y muchos discursos de integración.
¿Acaso no fue el gobierno de Zapatero quien negoció con Marruecos el papel de represor, permitiendo incluso las deportaciones al desierto y las devoluciones en caliente y quien instaló las concertinas llenas de cuchillas en las vallas de Ceuta y Melilla? Sí, el gobierno de Pedro Sánchez pretende quitarlas, pero para sustituirlas por un muro de 8 metros como el que la entidad sionista ha construido en Palestina.
¿Qué hace Podemos poniendo al frente de candidaturas a un hombre como Julio Rodríguez? Este ex-general de Estado mayor dirigió los bombardeos españoles sobre Libia, admitiendo él mismo que el objetivo real de ese ataque fue apoderarse del gas natural de este país. La destrucción de Libia como Estado está absolutamente relacionado con el aumento del flujo de pateras y las muertes en el Mediterráneo.
¿Por qué va sorprendernos que VOX pretenda colocar como candidato a la Alcaldía de Palma a Fulgencio Coll? Otro exgeneral de Estado mayor que sirvió bajo el gobierno de Zapatero en Irak y que tiene un impecable currículum familiar vinculado a la derecha más rancia. Pero este nombramiento también nos deja una más que simbólica imagen, la de los dos generales con la ministra Chacón y el presidente Zapatero en las escaleras de la Moncloa.
Para combatir el racismo y la xenofobia no basta con quejarse o escandalizarse de VOX y tampoco basta con delegar la solución en cualquiera de las marcas blancas que nos presenta el mercado electoral de votos, aunque nos prometan el cielo.
Lo importante es que, con independencia de donde nacimos o cuando llegamos aquí, tomemos conciencia del valor de nuestro trabajo, de nuestros derechos colectivos, de la importancia de organizarnos juntos, como clase trabajadora y como ciudadanía para luchar por nuestros derechos. La xenofobia, abierta o envuelta en el celofán de discursos más amables, se frena colectivamente y de forma organizada. Desde esa conciencia nos acercamos a las organizaciones que, en esta isla y en este Estado, trabajan para afrontar los problemas colectivos, los mismos que vivimos individualmente. Bienvenido al movimiento vecinal organizado quien esté dispuesto a luchar por una vida mejor en los barrios y en la ciudad.