Por Juan Pablo Blanco
No sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos, frase de cajón pero clavada para estos momentos. No voy a decir nada nuevo de lo que no se repita en las redes sociales. Sin embargo es necesario, recordar una y otra vez los gratos momentos que hemos disfrutado junto a la familia, nuestros amigos, conocidos y compañeros de trabajo.
No hemos llegado ni siquiera al final de la primera fase del estado de alarma, al cierre de esta edición faltaban aún cinco días para completar el primer ciclo del confinamiento. Y luego, sumar otros quince días que faltan con otras posibles prórrogas de encierro obligado y responsable hasta que los contagios y las muertes se dejen de contar a puñados. Esa es la radiografía actual que nos deparan las noticias diarias.
Esta última hipótesis forma parte de una percepción personal y no de ninguna noticia oficial que lo confirme, quisiera estar equivocado, ruego para que sea así, pero vamos camino de Italia y no podemos taparnos los ojos ante la realidad, ni mucho menos desbordarnos de optimismo.
Claro que debe existir un halo de optimismo mesurado de que habrá una curva de descenso de contagios y veremos la luz al final del túnel, pero ni el más experto en epidemias podría hacer un vaticinio exacto de cuándo llegará ese día, esperemos que sea lo más pronto posible.
En estos días al igual que todos ustedes, se apodera de mí una sensación de desasosiego, de dolor, de tristeza y de impotencia de ver cómo se multiplican los muertos por este bicho que nos ha pillado a todos con los pantalones abajo y con recursos materiales insuficientes de logística. Afortunadamente en España nos sobran idóneos profesionales sanitarios y miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado que se están dejando la piel y hasta su propia vida para salvarnos de una catástrofe.
Sentimientos de rabia, de incredulidad, de pesar por ver morir a nuestras generaciones de personas mayores en la absoluta indefensión, soledad y alejamiento obligado de sus seres queridos. Nadie por muy ruin que haya sido en su trasegar por la vida merece ponerle punto final de esa cruel manera a su existencia.
Me uno a lo que usted piensa como lector o lectora de estas líneas, sí, seguramente nunca nos pasó por la cabeza ver este holocausto de personas caídas, no propiamente por armas de guerra sino por un virus letal, estamos asistiendo a algo jamás pensado.
Se manejan muchas teorías al respecto, me apunto a los que se decantan a la provocada por manos maquiavélicas, pues en tiempos de avanzada tecnología, visitas a Marte y estudios de vida en otros planetas, me abstengo de tragar entero sin masticar el origen de una jugada estratégica que tiene en jaque mate al mundo y asesina gente a raudales sin entender de clases sociales, nacionalidades o religiones.
La solución en este momento no es lanzar conjeturas ni entrar en el juego de las especulaciones, pero desde luego que cada muerte aumenta la resistencia a creer que esta conocida enfermedad obedece únicamente al contagio de un animal a un humano. Llámenme ignorante, hasta bien merecido lo tendría, no tengo pruebas, pero prefiero pecar por exceso y no por defecto. Y en esa línea hay un hilo de acontecimientos que nos encajan al sentido común del raciocinio humano.
En la desaforada avaricia y el afán de control de los mercados financieros podría estar la clave del exterminio masivo. Esperemos que al final de esta pesadilla se pueda tomar nota de los errores y buscar culpables. No es hora para los oportunismos y señalamientos, ya es muy tarde. Es momento de contagiarnos de solidaridad, bondad y nobles gestos hacia esas personas que en la calle anteponen sus vidas en una guerra por vencer al bicho.
El mayor tesoro regresará: volveremos a abrazarnos con los familiares y los amigos. Le daremos un significado añadido a las cosas que antes considerábamos insignificante para ser felices. ¡Saldremos de esta!