Por Juan Pablo Blanco
¿A quién no le han flaqueado las fuerzas al ver tantos dramas humanos por la pandemia que tiene en jaque mate al mundo?. Confieso que aunque desde hace treinta y dos años me gano la vida ejerciendo el periodismo -comencé desde el primer año de facultad a hacer prácticas- pero con todo y eso es triste y desesperante ver y escuchar desde las 7am solo noticias negativas de muertes por Covid-19, aumento de contagios, quejas de sanitarios infravalorados, llantos de gente desempleada, el clamor de empresarios pidiendo ayuda para mantener su mediano o pequeño negocio, familias desahuciadas de sus viviendas, ancianos resignados a su soledad en las residencias, en fin, si generalmente en un año normal nos levantábamos y acostábamos ahogados en un mar de informaciones angustiosas que invitan al estrés, pues este año quedará para la historia como el de los record Guinness en noticias negativas.
No es darle la espalda a la realidad, renegar de ella o desistir de luchar por enderezar el rumbo de este complejísimo panorama que la vida nos puso de un momento a otro con algo que nadie esperaba. El bicho seguirá haciendo estragos, quién sabe hasta cuándo. Ni los más osados científicos se atreven a hacer sus vaticinios efusivos sobre la desaparición de este enemigo invisible que tiene aterrorizada a la humanidad.
No seré osado en unirme a la frase de millones de personas que están convencidos de que el coronavirus llegó para quedarse. Por lo menos es lo que se está demostrando hasta ahora. Ni las elevadas temperaturas, ni los estudios en las vacunas de las prestigiosas multinacionales, ni los tratamientos más avanzados han demostrado lo contrario.
Desde el sentido común no queda de otra que comenzar a pensar en hacer una reflexión de lo que fue el antes y el después de 2020. La salud hay que cuidarla, nadie lo discute. Aunque reneguemos de algunas órdenes gubernamentales- algunas de ellas dignas de guión de películas de Cantinflas- hay que respetarlas y acatarlas. Y si no lo hacemos, claro lo tenemos. Simplemente es el sistema y hay que cumplirlo y al que no le guste mala suerte.
Sin darnos cuenta la pandemia está sacando los mejores valores de solidaridad de la gente, pero también ha desnudado las debilidades en valores como seres humanos. Cada vez más me siento en una sociedad del sálvese quien pueda. Si hay algo positivo que nos haya dejado este bicho, es que quien pretenda de ahora en adelante ocupar cargos públicos dentro de la política, sabe a lo que se va enfrentar. Con lo que se avecina, ostentar algún puesto político no será tan chupado ni tan relajado como lo era antes.
Posiblemente refleje negativismo, quisiera equivocarme, pero visto lo visto resultará imposible por mucho tiempo quitarnos de en medio esta amenaza. Y mientras sucede, la tendencia será acabar con los confinamientos, las restricciones o prohibiciones. A quienes gobiernan o lo hagan en un futuro no les quedará más alternativa que reinventarse. Por culpa de un bicho posiblemente el rendimiento de cuentas en la política será cada vez más exigente y los ciudadanos serán menos tolerantes.
La tendencia será no parar la economía. Lo que se ha hecho hasta ahora es evitar el colapso del sistema sanitario – por lo menos en España no repetir la tragedia de marzo y abril – pero sin embargo, esta estrategia no aguantará mucho. Todos los países tendrán que blindar sus sistemas de salud y los gobernantes estarán obligados a darle prioridad a lo realmente importante. Hoy ningún político puede decir que el Covid-19 no hace parte de las competencias de su puesto para el que fue designado. Nadie se librará de ninguna responsabilidad y los retos serán extremadamente exigentes a corto plazo. La responsabilidad de avanzar será de todos.