Estamos en una sociedad del sálvese quien pueda, y esto de la pandemia ha afianzado esta teoría. Todos los días se ven casos y cosas y lo que falta aún por verse. Pero desde luego que mi opinión no puede representar una verdad absoluta sobre el asunto de los pobres estudiantes secuestrados en un hotel de Mallorca guardando una cuarentena obligatoria luego contagiarse de Covid-19 o haber tenido contacto estrecho con positivos tras pasar días de juerga en la Isla, sin embargo, es un tema que como padre de familia me ha tocado la fibra por los valores y principios, que humildemente les pueda heredar en un mañana a mis hijas Paula e Isabella de 11 y 7 años, respectivamente.
Cito mi ejemplo personal, sé que algunas madres y padres se sentirán identificados y otros para nada compartirán lo que expongo en estas cortas líneas.
No podré ser el mejor padre del mundo, pues reconozco que todos los días se debe aprender de la vida y entender que las antiguas generaciones no se pueden equiparar a las nuevas, eso hay que asimilarlo aunque cueste trabajo digerirlo. Pero lo que nunca debemos obviar los mayores es enseñar a los jóvenes a respetar las normas de convivencia en una sociedad, que hoy por hoy les exigirá e impondrá muchísimas más reglas y normativas, simplemente viejos y jóvenes debemos entender inexorablemente que con esto de la pandemia existe un antes y un después
En definitiva hay coyunturas que no se pueden negociar, o nos adaptamos a las nuevas exigencias sociales de ámbito mundial o nuestra vida se puede convertir en un caos, especialmente para la muchachada rebelde, que en complicidad y alcahuetería de sus progenitores están cegados ante la nueva realidad, parecieran que vivieran en mundos paralelos.
En el caso de quienes escogieron a Mallorca como destino en su viaje de estudios nada justifica la irresponsabilidad propia o la de sus padres o tutores que fueron y siguen siendo permisivos y blandos para defender lo indefendible. Puedo estar equivocado, pero desde mi perspectiva ellos no son víctimas de ninguna estrategia maquinada para arrebatarles su derecho a circular por donde les venga en gana.
Quien escribe y seguramente la inmensa mayoría de los que leen han tenido que someterse a aburridoras cuarentenas después de estar en contacto estrecho con contagiados de la enfermedad. Por esa regla de tres puedo afirmar que estuve secuestrado en mi propio domicilio cuando una persona cercana dio positivo por Covid-19.
Afortunadamente no resulté positivo, pero el riesgo era inminente, y por consiguiente tuve que acogerme a los protocolos sanitarios como los que han tenido que seguir millones de personas en todo el mundo. La responsabilidad social en estos casos es innegociable, no existen los peros, ni las excusas, ni defensas a ultranza por más que sean nuestros hijos, menores para lo que conviene y mayores a la hora de desentenderse de ellos.
Nos hemos acostumbrado a culpar a los políticos de todo, en el caso del concierto de la Plaza de Toros de Palma, ahora resulta que toda la responsabilidad es de la Administración Pública por autorizar un concierto (es tema para otra columna).
Lo cierto es que los únicos incapaces e ineptos no son los políticos, nos hemos acostumbrado a estar en una sociedad facilista culpando de todas nuestras desgracias al sistema, sin saber que en casa somos gran parte de este problema con una juventud ingobernable por la incapacidad, dejadez y egoísmo de los adultos.
Formemos a los niños para no tener que castigar a los hombres. Esta pandemia es una prueba de fuego para todos, especialmente para las nuevas generaciones y quienes tenemos la misión de encaminarlos hacía la hoja de ruta basada en los valores del respeto, la buena convivencia y el acatamiento de las normas sociales impuestas en esta nueva era del Covid-19.
