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domingo, noviembre 24, 2024
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    Continuamos menospreciando nuestros avances en cuanto a civilización y sobrevalorando todo aquello que pasa en Europa

    Por Aracely Piaggio Costa

    Han pasado años, décadas, siglos… y las mujeres continuamos reivindicando nuestros derechos, el que englobaría a todos los demás, sería el ser consideradas personas íntegras.

    Vengo de un lugar de América del Sur, en el que las desigualdades de género existen, también la violencia contra las mujeres, e incluso, los femicidios. Desde allí, una tiende a pensar que acá en Europa la situación sería diferente. No sé si esto es debido a un filtro en la información que nos llega a diario o es sólo por esa maldita costumbre que tenemos los uruguayos de pensar que todo lo que viene del hemisferio norte es mejor, será porque su civilización culturizó a la nuestra, e incluso, yo misma soy nieta de inmigrantes italianos, españoles y franceses.

    ¿Hubiese pensado igual si alguna de mis abuelas se llamara Guyunusa? No lo sé, pero el hecho es que luego de tantas generaciones, continuamos menospreciando nuestros avances en cuanto a civilización y sobrevalorando todo aquello que pasa en Europa.

    Menuda sorpresa me llevé, cuando a las pocas semanas de vivir en Mallorca, comencé a escuchar noticias de repetidos actos violentos contra las mujeres, llegando algunos hasta el asesinato.

    Al principio pensé que era una racha, pero pasando el tiempo, comprobé, que al igual que en mi país, la vida de las mujeres parecería valer menos que la de un hombre.

    Me pasó incluso al concurrir a anotarme a la bolsa de empleo del SEPE. La chica que me atendió muy amablemente, me dijo claramente que con 53 años y siendo mujer ni pensara en conseguir trabajo, por más preparación que tuviera, que era una cuestión de que ya no usaba minifalda para mostrar mis pierna, ya que con los hombres esto no sucedía.

    Al principio me causó asombro, luego gracia, pero en el trayecto hacia mi casa, a medida que lo repensaba, llegué a un estado de cierta bronca. ¿Será cierto? Al no conseguir empleo, y por ende, con bastante tiempo a mi favor, comencé a realizar observaciones a conciencia en diferentes ámbitos a los que concurría. En plazas, en la calle, en comercios, en reuniones culturales, en cursos, en ámbitos políticos con cargos de poder, en reuniones familiares y de amigos.

    En muchos de ellos encontré una situación que confirmó mis más temidas sospechas. En la mayoría de los casos en los que las mujeres son puestas un escalón por debajo de los hombres del podio de la vida cotidiana, son ellas las que se “autoubican” en ese escalafón.

    ¿Será que tras varias generaciones con este paradigma, nosotras mismas nos terminamos creyendo que no valemos? Somos hijas, hermanas, madres, abuelas, profesionales de todo tipo. Somos amigas, amantes, esposas, estudiantes. Somos personas que se equivocan como cualquier otra, que se tropiezan y se levantan, somos soporte para otros y necesitamos soportes para nosotras mismas.

    En definitiva, somos modelos a seguir, somos personas que aprenden y enseñan, somos seres que piensan y que sienten.

    Sobre todo esto último, somos seres que sienten, algunas más apasionadas que otras ante aquello que la vida nos presenta.

    Pensemos… Los hombres, sin ser madres, pueden ser también todo esto, pero son padres, un rol diferente pero complementario, pero todo lo demás que se nos ocurra en esa infinita lista, puede perfectamente ser compartido por ambos géneros.

    La mayor o menor sensibilidad, o mayor o menor destreza para determinadas labores, depende de la diversidad que nos caracteriza a los seres humanos, no por ser hombre o mujer, si no estaríamos cometiendo el mismo error al limitarles en algún aspecto del que nosotras nos quejamos.

    Pero es el funcionamiento de la estructura social, la que nos limita, nos impone, nos predispone, a veces sin que nos demos cuenta.

    La clave está, entonces, en tomar conciencia, en ser críticos con lo que decimos y hacemos, no perpetuar las reverencias hacia los hombres porque es lo que se ha venido haciendo por generaciones en determinadas familias.

    Esto es parar, pensar, analizar, conversar y discutir en el buen sentido de la palabra, y llegar al punto de que valgamos por lo que somos como personas y no por nuestro género. Iguales no somos, y como dirían los franceses, “vive la diférence”.

    La clave está en recordar que todos somos personas, pensamos y sentimos.

    Por mi parte, les comento que si vol[1]viera a nacer, pediría mil y una veces, y sin lugar a dudas, volver a ser mujer…y qué bien se siente el estar feliz con el sexo que nos tocó en el reparto

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