Siguiendo al detalle las elecciones próximas a realizarse en Colombia -al cierre de esta edición estábamos a escasas 48 horas de conocer el nombre del nuevo presidente- he leído con detenimiento las noticias acerca de los dos candidatos en contienda, Gustavo Petro y Rodolfo Hernández.
Obviamente, luego de saber el nombre del vencedor y del perdedor la cosa no terminará ahí, es normal por el aparente estrecho margen de votos que habrá entre uno y otro. Pero más allá de que sea en Colombia, en cualquier otro país siempre habrá gente descontenta por cómo al final se presentan los resultados.
Sin negar en ningún momento un tema ya normalizado en la política como es el de la corrupción, tampoco es un secreto que cuando se pierde en una pugna electoral los votantes frustrados con tendencias fanáticas siempre apuntan a trampas, mentiras y engaños, que desde luego, no se pueden descartar en sistemas corruptos, pero también es cierta la ausencia de autocrítica sobre lo que se ha hecho mal para que el veredicto final no sea el esperado.
En esto de la política y especialmente cuando estamos en épocas electorales, y ahora con el furor de las redes sociales, hemos entrado un cien por cien al modo descalificación del adversario como primera estrategia de campaña electoral, si en otrora se hacía, ahora con el avance de las comunicaciones, el descrédito de los otros se ha convertido en la principal herramienta con la que los candidatos o candidatas llegan al poder, olvidando por completo los programas electorales, que es al fin y al cabo lo que cuenta como objetivo final para comenzar a trabajar por el verdadero cambio.
Y esta tendencia cada vez más se acentúa por la inercia de la causa-efecto y reacción de los seguidores de una ideología política. En definitiva, las redes sociales evidencian una manipulación total y absoluta hacía a los ciudadanos de a pie, que a su vez claman a los políticos un cambio que les permita progresar a todo nivel.
Sin embargo, para exigir un verdadero cambio se debe dar ejemplo. No se puede reclamar un cambio si usted no respeta las diferencias del que piensa de otra manera a la suya. No se puede reivindicar un cambio si usted pretende que los demás hagan un escaneo de su mente y piensen de idéntica manera a la suya.
No se puede exigir un cambio si usted en toda su vida poco o nada ha trabajado porque aspira a una gerencia, y ahora de la noche a la mañana escuda sus frustraciones y fracasos personales en los políticos y en las injusticias del sistema.
Usted no puede requerir un cambio cuando pretende que los políticos hagan las cosas que no ha podido hacer por sí mismo. Usted no puede demandar un cambio cuando desde que se levanta hasta que anochece vive renegando del sistema y no aporta nada para solucionarlo. Pero lo más importante, es que usted no puede pedir a ningún político nada, si esa conversión no comienza por su cambio de actitud hacia la vida misma.
Y es que no se trata de derechas, de centro o de izquierdas. Independientemente de quien gobierne un país o lleve las riendas de una alcaldía, por citar dos ejemplos, la quejadera, el renegar y culpar a los demás de lo que no puedo hacer por sí mismo, es la fiel lectura que se desprende de personas que están todo el día en las redes sociales hablando en clave negativa de cualquier asunto, acrecentándose la tendencia en épocas electorales.
Exigir como ciudadanos al sistema y a la política es nuestro deber, pero también sería ideal mirarnos al espejo antes de ejercer un papel de fiscales sobre la vida de los demás y echarle siempre la culpa al sistema.