No basta cuando alguien hace bien su trabajo o presume de su cargo. Me enseñaron en casa que antes de ser profesional prevalece el ser humano. Especialmente si se ostenta un cargo de responsabilidad, nada más y nada menos liderando la misión de un país en el extranjero. Llevo 26 años fuera de Colombia, y desde el mismo momento en que ejerzo la profesión, he tenido que hacer trabajos periodísticos en los consulados de Madrid, Barcelona, New York y el de Palma.
No me refiero únicamente al consulado que representa a mi natal país, sino a una cantidad de sedes de representaciones consulares a las que he tenido que acudir por razones de trabajo y otras veces como cualquier ciudadano de a pie a hacer un trámite burocrático.
Precisamente hoy leía lo siguiente en el perfil de mi ex compañero de facultad de periodismo, Alexander Camacho: “Si hay algo de lo que tenemos que sentir vergüenza los colombianos en el exterior, es del Consulado en Miami. Diez horas de espera para la autenticación de un documento demuestra el pésimo servicio. Y a eso súmele la mala atención al público por parte de estos funcionarios. He tenido la oportunidad de ir a otros consulados, pero este de Miami es el peor de Estados Unidos”.
Es solo un ejemplo del sentir de un inmigrante frustrado por la mala atención y las malas maneras, y es que así como hay representantes consulares educados, amables, cordiales, recursivos y eficientes, hay otros que sacan a relucir su prepotencia, negligencia y hasta importan de Latinoamérica el clasismo, porque no vayamos a negar que nos quejamos del racismo y clasismo de los países a donde emigramos, pero no vemos el tejado de la casa de donde hemos salido, pues para nadie es secreto que las brechas de clases sociales en Latinoamérica no son grandes sino lo siguiente.
Hace varios meses quería hacer referencia a los tratos que la gente recibe en los consulados, a tenor de mi experiencia como inmigrante y también por el privilegio de poder hacer eco en un medio de comunicación el sentimiento de algunas personas que cuando van a una oficina consular en lugar de sentirse en su país, los propios funcionarios los ahuyentan y espantan con tratos de desprecio.
Es frustrante ir al consulado del país de origen y ser maltratado por la propia gente que dice representarnos. Es cierto también que hay usuarios, contado por los propios cónsules o trabajadores, que se pasan cuatro pueblos pidiendo lo que no puede ser, o también exhibiendo malas maneras a la hora de solicitar un trámite.
A todo esto resulta gratificante, y extremadamente satisfactorio escribir una crónica de un cónsul adjunto que deja el cargo con muy buenas referencias. Cualquier homenaje que se le hubiese rendido a Luis Hernando Mora es pequeño para el gran corazón de este médico de profesión.
La gratitud hace parte de nuestra naturaleza humana, por lo que se debe reconocer a todo el equipo del consulado de Colombia en Palma liderado por el cónsul Rafael Arismendy, que honró la labor del hoy ex cónsul adjunto hasta hace unos días con una celebración en la que tuvimos la oportunidad de agradecer, no solo su trabajo estos cuatro años, sino el carisma y excelente trato humano que tuvo para con cada una de las personas que fueron a realizar un trámite consular o a que le resolvieran un problema.
Las noticias positivas son para divulgarlas, y nos agrada hacer eco de las personas que dejan en alto el nombre de un país cuando salen a representarlo en el exterior. Este ejemplo, también lo podría extrapolar a otros representantes consulares de varios países que han dejado huella y un buen recuerdo entre los residentes de las islas. Y el ejemplo más fehaciente es el de Luis Hernando Mora, a quien le deseamos lo mejor en sus futuros retos profesionales.
