Gabriel Molina Marí, reside en Ibiza, es filósofo, aunque admite que “nunca me he sentido cómodo con el verbo ser. Digamos que devengo, estoy, tengo, habito, me envuelvo de la filosofía en mi vida. Al menos por ahora y no ha sido así siempre”.
Sobre su carrera afirma que al licenciarse en filosofía uno se va al paro o se hace profesor.
Que las empresas contraten filósofos como tales, se dice, pero comenta que no conoce ningún caso aparte de Apple, Google o un pequeño municipio de Aragón que ha contratado un filósofo para filosofar en el pueblo.
“En mi caso, mi corriente en filosofía tenía que ver con la ciencia y la tecnología por lo que cursé un máster en gestión de la innovación y he trabajado en este sector mayormente. En paralelo tengo una consulta para filosofar con quien esté interesado.
Ahora estoy centrado en la enseñanza de la filosofía, la escritura de libros y otras dinámicas en las que filosofamos”, manifiesta.
En sus redes sociales y en la presentación de su web resalta su don de la innovación. Y es que considera que hoy por hoy existe una corriente muy fuerte a nivel político y financiero que tiene el vector de la innovación como fundamental para garantizar el bienestar de los ciudadanos y resolver gran parte de nuestros problemas, principalmente teniendo a la tecnología como la gran valedora.
Añade que hablar de filósofo innovador o filosofía innovadora no es más que incorporar esa corriente y el vector de la innovación en el pensamiento filosófico, en las ideas filosóficas, muchas de las cuales se encuentran en el trasfondo de diversas tecnologías y líneas estratégicas políticas y económicas.
Es sintomático que el programa Next Generation no tenga presupuesto para la ética, por ejemplo. “Al final, la crisis que estamos viviendo es una crisis de valores, los cuales estudia la ética. Forma parte de las inercias, la codicia y por qué no de la hipocresía generalizada en el sistema”, advierte Gabriel.
Se muestra crítico sobre la actual sociedad en la que vivimos: “Hoy tenemos un auténtico boom del culto al yo. Estamos rodeados de una cultura del yo con innumerables técnicas que se nos venden para ser más felices, tener más éxito, salvarse, iluminarse, realizarse, conocerse, evolucionar”.
Su libro recién presentado, “Analizando las tecnologías del yo”, se centra en técnicas que están envueltas en discursos y finalidades que no están tan claras. Muchas veces son productos hechos a medida para enriquecerse con las necesidades de las personas. En el libro se presenta una metodología para ver qué hay realmente detrás de las prácticas que se ofrecen. Estas prácticas, técnicas, disciplinas o artes son en el fondo tecnologías para hacer cosas con nosotros. Hay que saber qué hacen realmente.
Las redes sociales no escapan de su análisis: “Vivimos rodeados de redes sociales y tecnología desde años inmemoriales, eso sí, en otras formas. Antes nos juntábamos alrededor del fuego a compartir. Ahora alrededor de estas redes que todos conocemos. Hasta hace poco las tecnologías que teníamos en casa funcionaban a nuestra orden, el martillo solo cumple su función cuando lo utilizas. Con las redes actuales no ocurre lo mismo; ellas te invitan a que las utilices y esto es muy peligroso. Falta ética”.
La política
Gabriel cree que la política no es solo lo de los políticos, las leyes y la administración. Donde hay sociedad hay política. La política son los amigos, los negocios, las costumbres. Siempre que convivimos hacemos política. ¿En qué clase de rutinas quieres estar envuelto? Esas rutinas son tus acciones políticas en el día a día.
¿Obras bien?, ¿obran bien contigo?
El caso de la desafección que comentas es multifactorial, pero cuando tienes que sobrevivir para vivir y ves que los políticos y las administraciones no están para ti, sino tú para ellos, se produce una desilusión y el proyecto de vida social en común pierde todo su sentido. No invita al compromiso.
Nos llama la atención una reflexión plasmada en su web: “Exigimos formación para todo. Normal. Menos para gobernarnos. Inaudito, ya es hora de tener gobernantes virtuosos”, esta es una reflexión que he podido leer en sus redes.
Nos responde escuetamente: “Me gustaría saber cuántos diputados del parlamento, conselleres o concejales tienen el nivel C de catalán. No lo sé, pero de momento que yo sepa no se les exige, y en otros sectores, como sabemos, sí. Es un malentendido que cualquiera pueda dedicarse a la política profesional. Eso podía ocurrir antes, eran otros tiempos. Hoy con la tecnocracia administrativa que nos envuelve necesitamos gente muy bien formada, acreditada y sobre todo personas buenas, en las que podamos confiar. En el currículum habría que poner: Soy una buena persona. No es fácil. No me interesa conocer el patrimonio de un político. Esto es más una cosmética que una ética real.
El lenguaje de este filósofo innovador no lo entiende todo el mundo, y en esa línea responde: “Se habla mucho de la brecha tecnológica pero poco de la brecha cognitiva. Soy profesor y a los alumnos les cuesta mucho pararse a pensar, pensar lento, profundo. Lo quieren todo precocinado y los móviles avivan esa deriva. Hay cosas que requieren un esfuerzo intelectual, reflexivo. Si quieres profundizar en ciertos temas tienes que ampliar conocimientos y lenguaje. Es imprescindible. No quiere decir que no se facilite la comprensión, pero el esfuerzo de elevarse es necesario para una mentalidad más potente y eso es un trabajo si me permite, a fuego lento, geológico”.
Le preguntamos sobre las entidades u organizaciones que demandan el diálogo para que todo llegue a buen puerto. ¿En qué consisten las charlas que imparte sobre la innovación en el pensamiento?
Como ya he comentado antes la innovación es un vector que puede incorporarse a muchas realidades y el pensamiento no es menos.
¿Qué es innovar en el pensamiento?
¿Qué es innovar con el pensamiento?
Son preguntas diferentes. En esta última se piensa para hacer cosas nuevas en otras realidades: energía, movilidad, sostenibilidad, ingeniería, ciencia. En la primera pregunta se coge al pensamiento y se piensa cómo innovar en el pensamiento mismo. Tanto el pensamiento entendido como esa corriente del gran pensamiento que acompaña a nuestra historia de la humanidad como a ese pensamiento concreto que realizamos cada uno de nosotros. Innovar en el pensamiento es en el fondo hacer una ontología de nosotros mismos. Quiénes somos, cómo hemos llegado a ser lo que somos y en qué podemos convertirnos.
Podemos realizar esto, como decía el filósofo francés, Michel Foucault, mediante una ascesis en la vivencia del pensamiento. No es otra cosa la filosofía.
La filosofía y las muchas acepciones. ¿Qué puede decirnos de la misma?
No soy muy romántico en ese sentido. Hoy existen muchas corrientes que asocian la filosofía a una filosofía de vida. Creo que no es del todo acertado. Una filosofía de vida es la vida misma. No hace falta ser filósofo para realizarse en la vida. En cualquier profesión puedes realizarte. En este sentido esos proyectos globales en los que la filosofía es el saber más excelso me suenan a más de lo mismo. Para mí la filosofía es la disciplina que se ocupa de las ideas filosóficas (verdad, libertad, justicia, ética, conocimiento, realidad, acontecimiento, fenómeno, bondad…), que no las realidades que ellas reflejan, esas realidades son la vida misma, al alcance de todos, pero sus ideas son filosóficas y cuando haces profesión de ello son propias del filósofo, como los números al matemático, las areniscas al arquitecto, las enfermedades al médico, el dinero al economista…, aunque todos usemos esos objetos en la vida cotidiana, hay especialistas. La especialidad del filósofo es habérselas con las ideas filosóficas. Esas son su objeto.
