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domingo, noviembre 24, 2024
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    Notas sin alma, la tragedia de la cultura

    Por Gabriel Molina Marí

    Decía Ortega y Gasset que a diferencia de los entes que tienen su ser dado y que no tienen más destino que caer sometidos a la fuerza de la gravedad o ante cualquier otro determinismo, los seres humanos tienen en su ser llegar a ser en su quehacer y eligiendo su destino se construyen haciendo.

    El ser humano, ese compuesto de naturaleza y cultura la cual, independientemente de situaciones híbridas o del hecho de que la cultura es en el fondo naturaleza, ya que algo natural no puede crear algo no natural y como todo es natural la cultura también, la cual es a lo sumo artificial (de artificio, artefacto, hecho de arte), despierta la curiosidad, el instinto, el deseo o la necesidad de ejercerla para no otra cosa que ser mejores humanos mediante el pertrecho de diversas formas para conseguirlo.

    Entre estas formas de conseguir un buen cultivo se encuentra el estudio, el hecho de estudiar que, según Ortega, como sustantivo problema, debe ser regulado por la pedagogía y no por la política (por ideología) o por los mercados (por el afán de lucro), como ocurre en nuestro sistema educativo.

    Es un estudio de las disciplinas, de esas ciencias creadas por el ser humano a partir de auténticas necesidades que, sin embargo, se enseñan a los estudiantes como una necesidad impuesta, dejando una brecha clara de motivación e interés.

    La necesidad del estudiante típico para estudiar una disciplina no pasa por alinearse con la necesidad auténtica con la que esa disciplina fue creada por algunos de sus antepasados, al contrario, la necesidad del estudiante lo es para obtener un título o conseguir un puesto de trabajo. Es, por lo tanto, una necesidad impuesta por el mercado, por la política, por intereses ajenos. Si pudieran conseguir ese título o ese puesto de trabajo sin vivir la disciplina, los estudiantes típicos lo harían.

    Esto hace que Ortega sostenga que el estudio de las disciplinas del saber, tal y como se está haciendo hoy sea una falsedad; se estudia falsamente, siendo esta una tragedia de la pedagogía y esto en el fondo, que no es más que falsear el quehacer diario del ser humano y de la enseñanza de nuestro tiempo, es un fracaso y una tragedia de nuestra cultura.

    Una cultura falsa que propone malos cultivos, alienados, obligando al ser humano a tragarse un cuerpo extraño que deja una cultura en el aire y desarraigada de la auténtica necesidad mediante un repertorio de ideas muertas; una cultura que no brota del ser humano de forma auténtica, sino que es algo impuesto, irreal, dejando el hecho de estudiar un ser humano intacto, no cultivado, no labrado, inculto, bárbaro.

    ¿Y qué propone Ortega para salir de esta barbarie? Decir que no se estudie no es la solución sino ignorar el problema.

    Estudiar es necesario para la pervivencia humana, mas debe entenderse de otra manera, debe sentirse de forma auténtica y apasionada para atender a las cuestiones necesitadas de las disciplinas y no simplemente asimilarlas para otros fines espurios.

    Para hacer esto posible y sentir las auténticas necesidades que dan sentido a las disciplinas, a las ciencias, es necesario reformar profundamente el hacer humano que es el estudiar y ser estudiante.

    De esta tragedia de la pedagogía, de esta tragedia de la cultura debe partir la reforma de la educación.

    ¿Cómo?

    Enseñando la necesidad de una ciencia, de una disciplina y no enseñar la ciencia cuya necesidad es imposible hacer sentir al estudiante. Fomentando una cultura auténtica, que cultive al ser humano, que haga sentir al ser humano la auténtica necesidad de lo que se hace para que lo recree y lo revitalice dentro de sí.

    El ser humano será así bien cultivado, mediante una auténtica curiosidad que brote de la ‘cura’, de tener cura, de tener cuidado, de estar preocupado.

    Una persona curiosa es cuidadosa, atenta, rigurosa, pulcra, ocupada en lo que le preocupa. De ahí viene cura, sacerdote, el que curaba las almas, el que tenía cuidado por las almas. Sin embargo, ahora, como padre veo notas sin alma, llegan las calificaciones del estudio de mis hijos y vienen sin alma, con unos enunciados de criterios de evaluación sin cuerpo, que no se entienden, deshumanizados, tecnócratas. Fiel reflejo de lo que ocurre en las aulas. Cuánto echo de menos el comentario del maestro, cargado de alma, de sentimiento, de verdad.

    Ahora no entiendo nada, bueno sí, puede que mis hijos se estén convirtiendo en auténticas máquinas, en chats, en un sistema en el que el estudiante típico en realidad no estudia y si estudia no aprende y si no aprende el profesor no enseña, solo lo intenta.

    El cambio de actitud que proponía Ortega está alejado de las ideologías políticas y de los intereses del mercado, los cuales regulan hoy la oferta académica de las universidades, y está cercano a las auténticas necesidades que dieron origen a las disciplinas, un cambio de actitud donde se estudie de verdad y nos deje el buen cultivo, orgánico, integral, de cercanía y nos deje una cultura verdadera, auténtica, real, mejor, más allá de los colorines y la palabras huecas y carentes de alma, de cultura, de espíritu, que nos deje, simplemente, humanidad, ese humus de la tierra, la cultura, que no es otra cosa que naturaleza. Pongan números, por favor, del 0 al 10. Son brotes naturales, humanos, de fácil comprensión, no pueden no serlo. Y con decimales, y al lado, el alma del profesor, ese ser humano que cuida, que tiene cura por sus alumnos, por nuestros hijos.

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