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lunes, diciembre 23, 2024
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    La realidad del día a día de los artistas callejeros contándonos sus propias experiencias

    Por Ivis Acosta Ferrer

    Cada verano llega a las islas desde todas las latitudes un sinnúmero de artistas de los llamados callejeros, con la intención de hacer el agosto. No todos consiguen su objetivo, la calle tiene sus reglas y, como en cualquier otro medio, hay competencia. La suerte y una mezcla de talento, garra y perseverancia para estar al día con el papeleo son claves para que unos cuantos elegidos logren quedarse a vivir de su arte. Hablamos con algunos de estos artistas que nos cuentan de primera mano sus experiencias.

    Es el cuarto verano de Vladimir en Mallorca. Ha podido sacar su residencia por arraigo y ahora trabaja en un restaurante luego de tres largos años tocando en la calle bajo sol, lluvia o frío, aunque mucho más en días de sol, pues para el trabajo de músico callejero el buen tiempo es fundamental: sin sol no hay turistas, que son los que dejan el dinero.

    Como cualquier trabajador del sector turístico, aprovecha los veranos y sabe que en invierno tendrá que hibernar no pocos días, entonces podrá dedicarse a hacer sus grabaciones, estudiar su instrumento, trabajar de cualquier cosa y, en la medida de lo posible, conocer la isla a la cual se vino a vivir.

    Vladimir es un virtuoso de su instrumento, y asimismo domina otros tantos, lo que ha permitido tener más salida en el mundillo musical.

    Es un virtuoso de su instrumento, y asimismo domina otros tantos, lo que ha permitido tener más salida en el mundillo musical. Por ello, en muchas ocasiones lo llaman para hacer un bolo, aunque pocos pudiera hacerlos en el pasado por no tener papeles.

    A pesar de eso, este inmigrante de origen argentino, pudo sobrevivir tres largos años viviendo de su música y compartiendo gastos en una modesta vivienda junto a su pareja, gracias a que en su día el Ayuntamiento de Palma decidió regular el trabajo de los artistas callejeros.

    Comenta que tuvo la suerte de sacar un carnet que lo acredita como tal, a pesar de no tener papeles. Pero prefiere no ahondar en detalles. “Somos muchos, -afirma- cada cual debe labrarse su camino, no vayamos a provocar un efecto llamada”. Y tiene sus razones pues es él quien ha estado peleándose con las inclemencias del tiempo, las regulaciones de ruidos, la policía, los vecinos y sus quejas y por último, los propios artistas que, en su lucha feroz por sobrevivir, a veces no respetan las normativas o se pisan unos a otros.

    Quiere dejar sentado que no va a ser él el que rompa el equilibrio que hay entre los artistas de la calle y opina que “el arte callejero está perseguido en todos los sitios. Y es algo curioso porque de pronto alguien te ve en la calle, te contrata y te paga quinientos euros por una actuación y al mismo tiempo para otra persona eres prácticamente un delincuente. Dependiendo de tu aspecto, tu apariencia, tu color de piel o el buen humor del policía que te venga a abordar, será la multa que puede conllevar y el acta y las exigencias, que muchas veces son ridículas, pues hasta parecería que quieren vetar todos los amplificadores y que grites como un loco por la calle sin micrófono”.

    Desde su punto de vista “hay algunos muy buenos, otros no están dotados artísticamente, pero tienen mucha garra, muchas ganas de sobrevivir. Y también hay gente a la que no le importa el tema de la multa, porque quizá no está ni siquiera empadronada, a lo mejor no tiene ningún tipo de documentación ni domicilio fijo, entonces pueden entrar, infringir todas las reglas sin importarles nada más”.

    En Palma hay una organización -la Asociación de Artistas Ambulantes de Palma (AAA)- que se ocupa de la problemática de los artistas, de los carnets y de toda la regulación, solo hay que afiliarse y no cuesta dinero.

    En cuanto a las licencias, hay ayuntamientos que la expiden y otros que no y, en ese caso está el artista expuesto a que la policía decida si hace o no su arte, de modo que lo que puede empezar como un lindo día de trabajo, en diez minutos puede terminar volviendo a casa sin nada. “Hay pocas garantías, como cualquier trabajo informal”, opina.

    Por otra parte, -continúa exponiendo- está el tema de los vecinos, que aquí en Palma de Mallorca, por lo menos, siempre tienen la razón, por más que uno esté dentro de la normativa, tenga el volumen correcto, el parlante correcto, todo correcto, tenga la licencia, todo, si hay algún vecino que dice algo, el vecino es el que está correcto.

    “Veo ridículo que en los sitios donde más turistas hay, como la lonja, por ejemplo, esté prohibido tocar y que la gente que vive en esos sitios quiera vivir una vida de silencio monástico como si vivieran en un pueblo de Mallorca, y lo consiguen porque tienen el poder del dinero, entonces eso está por encima de del arte callejero y parece mal”.

    Agrega que “es como comprar un piso en Manhattan y decir que ha y muchos coches, o mucho ruido. Para mí el centro de Palma es el de una ciudad turística. Tiene que haber arte callejero, lo veo así, no tiene por qué no haberlo, pero eso pasa en muchas ciudades y si uno viaja un poco por Europa y muchas ciudades donde no se puede tocar, en muchas capitales como Budapest, no se ve un músico callejero, en algunos sitios está completamente vetado, por ejemplo, en Barcelona, son altamente perseguidos hasta les quitan los instrumentos”, dice.

    “Llevo cinco años viviendo de hacer caricaturas y me va muy bien”

    Nadezda Khmeleva estudió arte en la Universidad de Moscú, en Rusia, su país natal. Llegó a Mallorca por primera vez hace siete años invitada por una amiga, y estuvo pintando en la calle, hace cinco años regresó y desde entonces vive de dibujar caricaturas en la calle. “Cambié los retratos por las caricaturas y me va bien, me gusta hacer eso. Gracias a eso he trabajado muy bien durante estos cinco años al principio sin necesitar ningún papel. Y luego salió el carnet del ayuntamiento y me lo hice.” En su opinión “se puede vivir del arte si sabes cómo”.

    Nadezda Khmeleva estudió arte en la Universidad de Moscú, en Rusia, su país natal.

    Me gusta la libertad de la calle

    César Villarroel vivió en Mallorca hace veinte años y luego se regresó a su país natal, Venezuela. Tras seis años retornó y continúa exponiendo sus paisajes en la calle San Miguel. En su opinión “vivir del arte no es muy fácil, pero yo tengo el arte en mi corazón, es lo que me gusta hacer y entonces es lo que hago. Yo amo lo que hago. No me gusta ir a las galerías, estar allí atrapado como prisionero. A mí me gusta la libertad de la calle”.

    “Nosotros andamos viajando, no pretendemos quitarle el trabajo a nadie”

    Michael Hernández, chileno que lleva aquí en Mallorca apenas tres meses, se la pasa viajando por diferentes lugares con su instrumento, a la sazón un charango. “Voy entregando la música de la manera más simple, la manera más cercana a la gente”.

    La idea es de acercar la música a la gente y que conozca nuevos instrumentos. En su opinión sería posible vivir del arte si las autoridades no pusieran tantas trabas: “no tengo nada en contra de que se regularice el arte, pero tendría que ser con base a unas audiciones o muestras de profesionalidad. Creo que está de más decir que si una persona llega y se le nota que sabe cantar, tocar música, lo que sea y muestra un show, basta con eso para saber que es un artista, no hay para qué buscar un papel si se le puede regularizar de alguna manera”. Afirma que hay mucha gente que no está empadronada y eso ya le impide sacar un permiso. Sin embargo, hay otra que sí lo está y tiene su permiso. A muchos les falta ser artistas completos, pues desde su experiencia “repiten los mismos temas siempre. Para mí debería haber un criterio de calidad, porque hay gente que se demora años en sacar una carrera musical, años en estudiar, y la calle es un escenario más”.

    Michael Hernández, chileno que lleva aquí en Mallorca apenas tres meses, se la pasa viajando por diferentes lugares con su instrumento, a la sazón un charango.

    Michel comenta que muchas veces se permiten malas prácticas por no hacer, por ejemplo, una audición. Creo que una audición es mucho más valiosa que otra cosa, porque eso muestra quién es artista, quién es músico, quién es cantante, o pintor…

    Para Michael “hay que salir, es difícil, sale costoso, pero hay que hacerlo. Ahora voy a Latinoamérica de vuelta, a recorrer mi país. Luego volveré a Europa, no sé a qué parte, pero voy a salir, es la aventura de la vida del artista: poder entregar arte y tener el sustento a cambio”.

    Añade que “a veces te vienen los policías pidiéndote papeles o si tienes autorización. Y mira la verdad que los entiendo, es su trabajo. Me ha tocado tener que retirarme de lugares. Hace un tiempo los músicos que tienen el permiso hicieron una reunión para hacer que los músicos que no están reglamentados se fueran”.

    Concluye su relato diciendo que “nosotros que andamos viajando no pretendemos quitarle el trabajo a nadie. Eso sí, quizás en algún lugar uno puede ser más atractivo para el público y en otros lugares no. Me ha tocado llegar al lugar en donde me va mal, y en otros me ha ido súper bien. Pero la música te impone viajar y renovarte, aprender a tocar más instrumentos”.

    Cuenta con el orgullo de tocar treinta instrumentos ya sean de viento y cuerdas, para acompañarse y aprenderse a grabar, y es que todo eso requiere mucho estudio.

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