Cuando sientes en tus propias carnes un problema, quizá te sensibilices más de lo que lo hacías cuando observabas a la distancia el mismo problema pero en la piel de otros. Nuestro club de fútbol que lleva el mismo nombre de este periódico, Baleares Sin Fronteras, nació en 2009 con un equipo amateur que ha estado compitiendo en tercera, segunda y ahora en primera regional.
Luego se sumó el femenino regional que se inscribió en la temporada 2022/2023, y con dos años de vida ya juega en autonómica. Las experiencias han sido muy difíciles, no es para nada tranquilo sacar proyectos deportivos durante quince años a expensas de patrocinios y pocas ayudas de la administración.
Aun así no hemos claudicado, y logramos después de estos quince años que se nos asignara una sede fija en el remodelado campo de fútbol de la Verge de Lluc de Palma, que dicho sea, compartimos con dos clubes más.
Sin embargo esto no deja de ser un logro, pero a medida que sobre el camino encuentras satisfacciones, también mayores son los retos, incluyendo la cantidad de escollos que se interponen para llegar a buen puerto.
Uno de nuestros mayores objetivos, como todo club que pretenda crecer es potenciar el fútbol base. Y en esa línea estamos trabajando, tal y como lo hacemos llegar con nuestro mensaje de portada de esta edición.
Vamos por buen camino en la convocatoria de los “peques”, pero nada es fácil, y esta vez para conformar nuestros equipos nos ha tocado bailar al compás de una normativa absurda, pero gravemente discriminatoria.
Cuesta creer que a estas alturas de la vida exista una Ley del Deporte que condene a los niños sin papeles a ver los partidos desde la tribuna. Cuesta creer que en este país se hable de los derechos del menor cuando se está violentando claramente uno de ellos que es el de la práctica de un deporte.
Cuesta creer que desde los diferentes grupos políticos no se haga absolutamente nada para
levantar esta barrera inquebrantable. Cuesta creer que la clase política se jacte de promover proyectos de ley que defiendan los derechos de sectores vulnerables, y obvien esta problemática que se hace extensiva a todas las federaciones de las comunidades autónomas.
Por si no nos hemos enterado, en el caso de Baleares, el 25% del total de la población es
de origen extranjero con tendencia al crecimiento. Y a una gran parte de estos niños reagrupados o que han llegado aquí con sus progenitores se les priva el derecho de jugar federados por no tener papeles, caso contrario a lo que sucede con los mayores de 18 años que son habilitados a jugar con el pasaporte.
Contradictorio es que desde las diferentes esferas políticas se hable de valores, principios,
derechos y buenos hábitos desde el hogar para con nuestros pequeños, cuando son ellos los que no hacen absolutamente nada para comenzar a erradicar leyes que perjudican a centenares de chavales.
Todo esto se dio por el tráfico de menores años atrás, escándalos en el que se vieron envueltos representantes desalmados de poca monta con la anuencia de algunos clubes de élite. Lo que se evita para algunos, es altamente perjudicial para una gran cantidad que tienen que esperar uno, dos o más años para jugar federados.
Increíble – insisto – que en países que están a la vanguardia de los derechos fundamentales, se viole un derecho tan elemental. Pagan justos por pecadores por situaciones puntuales que ocurrieron en el pasado, y como han sido incapaces de frenar este asunto, apuntaron a la más fácil: prohibir a los niños inmigrantes sin papeles jugar al fútbol con todas las garantías que ofrece estar federado.
La gran paradoja es que la propia Ley del Deporte reconoce que el deporte y la actividad
física son actividades esenciales y que todas las personas tienen derecho a su práctica. Sin
embargo, en varios artículos (artículo 9, artículo 48.3 y artículo 49.5) la ley establece que la promoción de la práctica deportiva, la participación en federaciones deportivas o la expedición de licencias deportivas están solo previstas para las personas extranjeras que tengan residencia legal en España.
