Y no es ningún descubrimiento esta afirmación, ni mucho menos lanzar una opinión con desconocimiento de causa. Cuando me hablan del tejido asociativo de comunidades extranjeras residentes en Baleares no puedo evitar retroceder 20 años en el tiempo y recordar cuando el asociacionismo estaba en pleno furor.
Quien escribe puede dar fe de ello, e incluso llegaron a fundarse hasta una veintena de asociaciones argentinas para todos los gustos; varias de ecuatorianos que trabajan en el deporte, cultura, arte, solidaridad, y un largo etcétera.
De bolivianos, a pesar de que su población no sobrepasaba en aquella época los 2.500 residentes, también surgieron varias asociaciones de baile y cultura. En fin, solo cito tres ejemplos para que la gente compare lo que había antes. Ese pasado que tuve la oportunidad de vivirlo y plasmarlo en estas mismas páginas.
Recuerdo también, a la Asociación de Colombianos en Baleares, dada de baja hace dos años, que – con el debido respeto de las otras – era la que mejor funcionaba a todos los niveles, a pesar de que otra, no muy sana, intentó atravesarse varias veces en su camino.
Las de africanos también proliferaban, y las que casi poco tenían fuerza eran las asiáticas, salvo la filipina que siempre ha estado promoviendo el deporte y la cultura. En cuanto a las europeas nunca han hecho mayor ruido.
Todo ese conglomerado de asociaciones se hacían más fuertes a medida que las administraciones locales les daban la importancia del caso, como por ejemplo las constantes convocatorias de subvenciones y ayudas que se otorgaban en esos tiempos para su buen funcionamiento y promoción de eventos.
Recuerdo también la tendencia que había a formar entidades asociativas que se dedicaban a la cooperación al desarrollo (Co-desarrollo) en sus países de origen. La mayoría realizaban admirables trabajos al otro lado del “charco” con comunidades necesitadas, sin embargo, no faltaban unas pocas que no podían justificar los gastos a la hora de la rendición de cuentas a la Administración.
A mi criterio, la época dorada del tejido asociativo inmigrante se dio a comienzos del dos mil y se fue apagando años después de la crisis del ladrillo. Lo que debemos tener claro, comenzando desde todos los sectores políticos y los altos cargos de áreas de inmigración, es que hoy por hoy las cosas han cambiado, incluyendo las características sociales y culturales del ciudadano de origen inmigrante.
Hay centenares de generaciones, provenientes de todas las culturas, nacidas en las Islas, que están completamente integradas en este país. Muchos de estos jóvenes no saben nada de nada de los orígenes de sus padres o abuelos.
La otra generación intermedia es la que llega a probar suerte – la mayoría sin papeles – y poco saben de asociacionismo. Llegan a lo que llegan y nada quieren saber de voluntariado. Y si hablamos de las antiguas generaciones en las que me veo reflejado, ya muchas de ellas han soltado las riendas de sus asociaciones para dedicarse completamente a descansar o a los asuntos privados o familiares.
Seguramente en el registro de asociaciones del Govern balear o del Ayuntamiento de Palma figuren bastantes, pero sobre la práctica es muy poco el nivel participativo que se aprecia. Eso lo hemos podido comprobar a través de las propias actividades que realizamos desde este periódico. La gente lo que quiere es producir y, en ese orden de ideas, el movimiento asociativo inmigrante ha sido reemplazado por el emprendimiento y la formación.
Por eso es que resulta mucho más efectivo y práctico organizar ferias o cualquier tipo de eventos con sectores que estén relacionados con emprendimientos y negocios. Como ejemplo podemos recordar una convocatoria de empresarios inmigrantes que se realizó en el recinto de PalmaActiva.
No niego que fueron épocas de grata recordación, pero el tiempo marca tendencias, y siento y percibo desde mi experiencia que el tejido asociativo inmigrante va rumbo a la extinción por las características anteriormente señaladas.
