Todo el mundo tiene derecho a emigrar a cualquier lugar del mundo para buscar mejores oportunidades de vida, es una decisión personal y una aventura arriesgada al tratarse de un nuevo comienzo de vida. Resulta displicente y despreciativa la actitud de algunas antiguas generaciones de inmigrantes que sufren de amnesia, plenamente arraigados que son más papistas que el Papa, concretamente, critican y rechazan a las nuevas generaciones que, como ellos alguna vez lo hicieron, quieren abrirse las puertas para encontrar nuevos proyectos de vida.
Es cierto que todos queremos una inmigración regulada y ordenada en busca de un estado de bienestar común. Entre menos población vulnerable en una sociedad mejor será la convivencia y, por ende, no se tendrá que aumentar notablemente el gasto público para paliar las problemáticas sociales.
Sin embargo, en la práctica la realidad es diferente y eso se traduce en la cantidad de personas que siguen jugándosela el todo por el todo para encontrar un nivel de vida digno y abrirse oportunidades de trabajo, aunque como todo al comienzo se tenga que pagar un precio caro. Me refiero al menosprecio, la vejación o cualquier tipo de comportamiento que menoscabe la dignidad humana.
En esta edición hemos recogido un crudo testimonio de lo que suele suceder con personas que por necesidad emigran de su país y llegan a trabajar dignamente cuidando gente mayor, o empleadas de hogar.
Muchas de estas personas que desempeñan trabajos en estos domicilios- en su gran mayoría mujeres- no están en situación regular en España, no es un secreto, simplemente que es una realidad con la que se convive desde hace bastantes años con el auge de la inmigración a Europa.
Nadie debe aterrarse, ni hacer un drama por una coyuntura social que convive en nuestra sociedad a diario, me atrevería a decir que muchos de los que salen por las noticias renegando de la inmigración “ilegal” habrán tenido en sus casas trabajando a chicas sin papeles.
Pero tampoco debemos sorprendernos de noticias sobre la explotación laboral y aprovechamiento de un estado de vulnerabilidad para miserablemente sacar provecho del momento de necesidad de una persona como le ocurre a nuestra entrevistada de origen colombiano, que se vio en la obligación de salir a buscarse algo que le permitiera ayudar al sostenimiento y educación de sus hijos a la distancia.
Todos los días leemos noticias de inmigración relacionadas a la delincuencia, pero poco se sabe de esas mujeres que atravesaron el charco para trabajar en oficios que no tienen una gran demanda debido al sacrificio que ello conlleva. Pero si a esto le sumamos la mala leche y el nulo nivel de sensibilidad de los mal llamados empresarios con sociedades ficticias para ganar dinero convirtiéndose en comisionistas del cien por cien, la problemática empeora.