En estos 35 años de ejercicio comunicativo, he tenido la oportunidad de conocer personas cualificadas en cargos de responsabilidad política para los que han sido designadas. Siempre he sido fiel a la frase de que los estigmas son malos consejeros, concretamente cuando se afirma que todos los políticos son ladrones, incompetentes, insensibles, desleales, vagos y otras tantas descalificaciones.
En la práctica de esta profesión me he cruzado con gente de diferentes ideologías con una sensibilidad mayúscula de trabajar por los demás; servidores públicos cuya misión es presentar desde un comienzo sus credenciales de buenas intenciones, o simplemente altos mandos que sin alardear demuestran en la práctica querer llegar a buen puerto en aras del bienestar común de los administrados (ciudadanía).
La política no sólo es necesaria para el desarrollo de un país, también para todas las cosas que hacemos en nuestro diario quehacer. Nadie puede decir que no ha hecho política en su vida. La hacemos en nuestra casa, en el trabajo, en el deporte y en muchas otras cosas de la vida cotidiana.
La política va estrechamente asociada a los mensajes seductores encaminados a obtener el objetivo de poder; a la dialéctica que se emplee a la hora de cautivar un electorado, pero sobre todo a la coherencia que se maneje a la hora de poner en marcha lo prometido en campaña.
No obstante, sobre esta última premisa me apoyo en el sentido de que son muy pocos los que se pueden ajustar a estos parámetros en el momento de estar en un sillón presidencial; tener la vara de mandato en una alcaldía o en cargos de relevancia que afecten la vida de cientos de cientos o millones de personas.
Qué mejor ejemplo el que nos ofrece el actual panorama mundial en el que se expone de manera evidente y sin ningún tipo de tapujos, la doble moral, la hipocresía a flor de piel, los intereses propios y la sed de poder, incluso, sacrificando miles de vidas humanas o poniéndolas en riesgo.
La clara muestra de la falta de valores, principios, empatía, solidaridad y desvergüenza es aplicada a tipos como Donald Trump, Nicolás Maduro, Daniel Ortega, el castrismo de Cuba.
Podría nombrar a más gobernantes, pero prefiero irme a los extremos de aquellos que cegados por la ambición se van perpetuando en el poder, violando los principios democráticos de cualquier nación que respete y los derechos fundamentales de sus ciudadanos.
Lo que ocurre en este segundo mandato de Trump, que lleva las riendas de la nación, aparentemente más poderosa del mundo, es para dar de comer aparte. Es el fiel reflejo de que a pesar de mostrarse directo en sus mensajes de odio de políticas migratorias y visceral en sus decisiones de deportaciones masivas, también se contrapone a la solidaridad mostrada por el magnate en campaña hacia los venezolanos o cubanos víctimas de dictaduras obligadas por las circunstancias a emigrar a otros países, entre otros al “sueño americano”. Es una prueba de algunos discursos hipócritas que se manejan en la política.
No afloraba tal sentimiento a flor de piel de Trump por los venezolanos cuando es él quien los va a expulsar de Estados Unidos, so pretexto de que todos los “sin papeles” son delincuentes. Y para ponerle la guinda al pastel, el oportunismo político que se evidencia en las ganancias que puede devengar de una guerra poniendo contra las cuerdas a Zelenski en el momento de ofrecer ayuda comercial e intermediación para la terminación de la guerra con los rusos a cambio del 50 por ciento de los recursos naturales de los ucranianos.
Amanecerá y veremos, reitero: una retórica que no encaja con lo que la realidad nos muestra en el día a día. Afortunadamente, aún quedan políticos que generan elevados grados de credibilidad, especialmente en estos tiempos de redes sociales y evolución tecnológica que nos hace abrir los ojos a la realidad y no comer entero todo lo que nos dicen.
