Todos tenemos derecho a buscar mejores oportunidades de vida en otras tierras, a nadie se le debe negar ese derecho. Quien escribe se considera un inmigrante que a pesar de no verse en la tesitura de irse del país por necesidad, sí que encontró una mejor hoja de ruta para desarrollarse profesionalmente a miles de kilómetros de su natal Colombia, luego de tener la oportunidad de hacer unas especializaciones en su carrera de periodismo en Madrid por el año 1997.
No soy quién para emitir juicios de valor sobre las decisiones que los jóvenes o mayores tomen a la hora de emigrar a otros países. No podemos olvidar el pasado, por el contrario, debemos mirar por el retrovisor y entender la situación de quienes escogen España u otros destinos como lugares para vivir dignamente.
Sin embargo, a tenor de la experiencia, tampoco me voy a abstraer en dar una opinión de lo que estoy observando en este último tiempo, que, sin duda, apunta a una completa desinformación y una tendencia preocupante de empacar maletas a aventuras que pueden ser engañosas y traumáticas.
En el caso personal, y estoy seguro que usted que lee estas líneas se siente algo identificado, aumenta la percepción de personas que viajan completamente desinformadas en busca del sueño europeo o americano, que al final resulta siendo una completa pesadilla en su peor versión, especialmente en estos tiempos que corren.
La improvisación y el desespero por emigrar hacen que algunas se acojan al famoso dicho del “Dios proveerá” abandonándose a su suerte y amparándose en ayudas temporales que más temprano que tarde se extinguirán.
La actual coyuntura marca, que abrirse paso no es tan fácil como se lo pintan a algunos incautos que desde el país de origen solo miran desde una perspectiva, me refiero a las bondades que Europa les puede ofrecer, pero también ignorando las penurias a las que se pueden enfrentar aun teniendo espejos dentro de sus conocidos o familiares.
Para ponerle la guinda al pastel, a esto se añade que, aunque sea difícil de admitir, amigos o familiares que los acogen a su llegada son los primeros en echarlos a la calle cuando ven que no están produciendo por falta de trabajo.
Y es que esto conlleva, sin duda alguna, al efecto dominó, ya que un segmento numeroso de estas personas llegan sin papeles a ganarse la vida enfrentándose luego a una realidad dramática, cuando se ven con el agua al cuello, o literalmente enfrentados a una ≠≠situación de vulnerabilidad por falta de techo y alimentos.
Pretender trabajar sin papeles es cada vez más difícil, y no les falta argumentos a los empresarios que se niegan a emplear a alguien que no tenga todo en regla, pues las inspecciones de trabajo están a la orden del día y las multas económicas de seis mil a sesenta mil euros no tienen ningún tipo de contemplación con las empresas contratantes.
Impotencia y preocupación de no poder hacer nada, pero también lanzo una reflexión acerca de aquella gente que abandona su país de origen, dando palos de ciego sobre la situación económica y social del país que los va a coger.
En el caso de las Islas Baleares conseguir un piso o una habitación para vivir se ha convertido en cuestión de suerte para nativos o inmigrantes que con su permiso de trabajo en regla tampoco les queda fácil.
Vista esta circunstancia, la pregunta es: ¿Qué puede esperar alguien que no tiene una nómina o está imposibilitado de abrir una cuenta bancaria por falta de documentos?.
Reitero, que el derecho a emigrar es para todos, pero hay épocas de épocas, y los casos de vulnerabilidad que estamos viviendo en la actualidad no se equipara a las facilidades de años atrás.
Así que antes de tomar una decisión de salir de origen es mejor adelantarse a los acontecimientos para no salir de “Guatemala a Guatepeor”.