Por Maribel Alcázar,
presidenta de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Palma
Igual que el cambio climático que estamos viviendo es producto de los desequilibrios naturales que se están produciendo, los procesos migratorios actuales son el resultado de los grandes desequilibrios humanos que genera la geo-estrategia política actual, o dicho de forma más sencilla, las actuaciones imperialistas que absorben riqueza mientras empobrecen a pueblos enteros o los destruyen en las guerras. Los seres humanos hacemos lo de siempre, migrar en busca de recursos para vivir, migrar para buscar un futuro mejor. Llevamos 3 millones de años haciendo eso.
Muchos jóvenes españoles, los mejor formados, los que tienen más iniciativa, se van a países como Inglaterra, Alemania, Francia e incluso a EEUU. Población joven de África y América Latina, se viene a España buscando lo mismo que buscan nuestros jóvenes.
Las barreras físicas y legales nunca fueron un obstáculo insalvable. Los seres humanos han atravesado desiertos y mares. De eso en este país sabemos mucho, fuimos los primeros en cruzar océanos y en dar la vuelta al mundo. Es la misma osadía con la que tantas personas se meten en el mar en una patera o en una lancha neumática arriesgando sus vidas. Nada nuevo.
Lo que da un carácter preocupante al hecho inmigratorio es como lo valoramos y como nos posicionamos ante él. No creo que se trate de aplaudir la sangría de población joven, formada y capaz, llena de energía para trabajar, que supone la emigración. Una pérdida que contribuya a empobrecer a los pueblos, al nuestro cuando se van nuestros médicos, investigadores, artistas, etc., y a los países de los que proceden los inmigrantes que recibimos. Pero hay que tener claro que la migración es el síntoma no el problema. Ahora que se habla tanto de actuar para evitar el cambio climático igual es el momento de plantearse qué hacer para reequilibrar la distribución de riqueza y frenar la sangría que supone la emigración.
El problema no son los migrantes, incluso con llegadas tan espectaculares y peligrosas como la ocurrida en el aeropuerto de Palma, que indudablemente hay que mirar con cuidado porque no está al alcance de cualquiera, requiere organización y no tiene nada que ver con las pateras en el mar. Como tampoco lo son las mafias que se lucran con el tráfico de personas, las mafias solo se aprovechan de esa voluntad de migrar que la gente tiene. Ahí es hacia donde hay que mirar, a las causas que llevan a una mujer embarazada a arriesgar su vida y la de su hijo en el mar.
Pero la tierra de acogida noes el paraíso soñado. Salen de la pobreza para instalarse de nuevo en la pobreza y cuando se trata de repartir recursos escasos es fácil manipular las emociones de las personas y convertir al otro, al que es diferente, al migrante, en la causa de todos los males.
El conflicto surgido en el barrio de Son Roca, a raíz de un suceso violento actualmente judicializado, con el resultado de un menor ingresado en la UCI por las patadas de una persona adulta, lo que no es tolerable es la respuesta xenófoba orquestada y que no tiene nada de espontánea ni tampoco representativa de la mayoría de los vecinos del barrio.
No vamos a justificar que el adolescente agredido hubiera acosado en el parque a otras adolescentes, en este caso mujeres, porque no hay nada que lo justifique, aunque sí habrá que probarlo. Pero tampoco tiene justificación la agresión de una persona adulta que envió al menor de 14 años a la UCI ni los insultos y amenazas a la persona que llamó a la policía y a una ambulancia, cumpliendo así con el deber de auxilio.
El centro de acogida de menores no acompañados lleva más de 10 años en Son Roca y nunca había sido un problema en sí mismo, hasta que alguna de las viviendas, situada justo en frente del centro, se transformó en un chalet de lujo que se usa para alquiler turístico. Desde la perspectiva del negocio, un centro de menores afea el entorno. ¡Que se vayan! Es lo único que importa y ni siquiera están dispuestos a esperar a marzo.
El Centro Norai es el menor de los problemas de un barrio en el que hay un alto índice de paro, bajos niveles salariales, alta concentración de pobreza y venta de drogas, todo asociado. Sin embargo, el problema son unos niños de 10 a 14 años, en muchos casos maltrechos por lo que han vivido antes de llegar al centro y sin protección parental alguna en un país extraño.
El centro va a ser trasladado, buscando un entorno más adecuado para estos menores. Es una buena idea, porque lo ocurrido en Son Roca no es un buen ejemplo para estos adolescentes que tenemos la obligación humana y ética de proteger. La lucha contra el racismo y la xenofobia no pasa por los discursos institucionales, pasa porque barrios como Son Roca no acumulen todas las cargas sociales de los sectores marginales, no se conviertan en guetos manejados por quienes viven de la droga y los robos a pequeña escala, pasa por aliviar la concentración de pobreza con trabajo digno.
Ante el empobrecimiento no cabe bajar la cabeza para mirar a quien está debajo de nosotros sino levantarla para mirar a quien nos empobrece desde lo alto de la escala social. Como decía Miguel Hernández, en su poema Vientos del Pueblo: “Los bueyes doblan la frente, impotentemente mansa, delante de los castigos: los leones la levantan y al mismo tiempo castigan con su clamorosa zarpa. No soy de un pueblo de bueyes que soy de un pueblo que embarga yacimientos de leones, desfiladeros de águilas y cordilleras de toros con el orgullo en el asta”. Con el espíritu del poeta hay que plantar cara al racismo y la xenofobia.