“Escuchamos argumentos de que la Tercera Guerra Mundial podría comenzar si la OTAN cierra sus cielos a los aviones rusos. Por eso no se creó la zona humanitaria aérea sobre Ucrania y por eso los rusos pueden bombardear ciudades y matar gente, volar hospitales y escuelas”, este párrafo publicado en El Mundo resume en gran parte la visión personal
expuesta en la editorial de hace quince días.
Con estas palabras el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski admite que Ucrania y sus ciudadanos desde el comienzo esta pesadilla el pasado 24 de febrero, aunque reciban millones de gestos solidarios de la comunidad internacional con armamento a bordo incluidos, están solos.
No solamente de bondad vive el hombre o de actuaciones infalibles que erradiquen las injusticias. Ningún país, comenzando por Estados Unidos o algún gigante europeo está dispuesto a poner en riesgo su seguridad nacional. No se necesita ser un analista de guerras o un erudito en conflictos internacionales para ver que Ucrania no está tan arropada como intentan vendernos los medios.
Como ocurre en las guerras nadie devolverá la vida a las cientos de personas que han sido asesinadas por culpa de un tipo que decidió invadir a un país con argumentos que solo se los cree él y los que tienen intereses económicos creados en favor de las guerras. Lo demás es puro verso, las palabras se las lleva el viento, y lo cierto es que la vida de gente inocente, entre ellos centenares de niños es arrebatada sin ningún tipo de piedad o miramiento.
La pregunta que todos nos hacemos es qué tan difícil o sencillo hubiese sido parar esta locura de la que estamos siendo testigos a la distancia. El mismo cuestionamiento lo realizamos en su momento en países como Siria, Afganistán, Irak o el Líbano para remontarnos a épocas no muy lejanas de la historia.
Por otra parte, si hay algo positivo en estas tragedias sociales es ver el alcance solidario de gente ajena a esta guerra. Sensibilidad producen estas imágenes que nos muestran los medios tradicionales y las redes sociales de bombardeos que se traducen en muertes, destrucción y desolación.
Hablando con el responsable de la Cruz Roja en Programas de Cooperación Internacional, Oriol Lupiañez, se agradece a quienes ofrecen sus propias casas para acoger a estas familias desplazadas por la guerra. Reacciones en cadena para aplaudir y admirar.
Sin embargo, también merecería la pena recordar la cantidad de países desde donde otras personas se ven en la obligación de salir huyendo por la violencia y conflictos internos no tan mediáticos como los de Ucrania, pero al fin y al cabo problemas internos e injusticia social en donde también hay víctimas inocentes, de hecho por citar dos ejemplos, en España hay una gran cantidad de solicitudes de asilo de gente procedente de Colombia y Venezuela, que esperan les sea concedido.
Esta guerra en la que se ven desgarradoras imágenes de madres huyendo con niños en brazos podríamos extrapolarla a otros países de la geografía universal en los que el cubrimiento mediático de los medios brilla por su ausencia.
Cada día hay cientos de personas que huyen de la amenaza y llegan a buscar oportunidades en sitios ajenos a su cultura. Este es uno de los atenuantes que responde a los cues- tionamientos de una masiva inmigración a Europa y Estados Unidos.
Un gran porcentaje de las personas que emigran lo hacen por necesidad, tal y como nos deja la evidencia de Ucrania, con la que a la mayoría se nos ha partido el alma. No obstante existen otros rincones del planeta en donde hay sufrimiento, devastación y ruina. Los gestos de solidaridad no tienen valor material, pero tampoco deben depender de la nacionalidad de quien los necesita o la coyuntura del momento que se vive. ¡Fuerza al pueblo ucraniano y a todos quienes han tenido que salir huyendo de las guerras o la violencia de sus países!
