Hablando con algunos representantes de asociaciones de inmigrantes o extranjeros de la vieja guardia afincados en Mallorca se percibe que a Baleares -seguramente la misma tendencia en el resto de España- están llegando jóvenes de diferentes procedencias, muchos de ellos reagrupados por el padre o la madre.
No se trata de ninguna suposición, pues en diversas actividades masivas organizadas por los colectivos, a ojo de buen cubero se aprecia este fenómeno. Es normal que la persona que resida en este país y logre regularizar su situación administrativa escoja como primera opción reagrupar a sus hijos.
Desde luego están en todo el derecho, incluso, muchos de ellos al tener la nacionalidad les abren la puerta de entrada a España.
Para reagrupar a un hijo se necesita demostrar dependencia económica de los padres residentes en España. No creo estar desfasado, a tenor de las cifras de crecimiento registradas en los consulados sudamericanos con representación honoraria u oficial en Baleares y el trabajo periodístico a pie de campo en el que contamos historias de reagrupaciones.
La otra realidad que para nadie es un secreto es que hay personas que debido a la difícil situación de su país entran como turistas para luego quedarse a ver qué ocurre, arriesgándose a vivir la aventura de la irregularidad que para nada es aconsejable, sin embargo, tampoco soy quién para entrar a valorar decisiones de gente que lo está pasando mal en su país y opta por emprender el camino a la supervivencia en otros destinos, no solo ocurre en España, sino en gran parte de Europa, Estados Unidos, Canadá y Australia que son destinos apetecidos para emigrar.
No todos ven con buenos ojos una emigración masiva en el caso de las Islas por aquello de las limitaciones de servicios básicos y las infraestructuras, pero la realidad nos determina un crecimiento ostensible de residentes foráneos.
Un reciente informe del INE denominado “Proyecciones de Población” sitúa a Baleares en un incremento del 25% en los próximos 15 años, nada más y nada menos se prevé que en los próximos tres años la población migrada contabilice veinte mil más. Las cifras son las que son y nadie está dibujando un panorama abstracto. Estamos presentando un dibujo poblacional real que no solo implicará un denodado trabajo de quienes estarán al frente de las administraciones públicas, sino de unas políticas reales de integración alejadas de trillados discursos buenistas o de odio, que en pocos años estarán mandados a recoger ante una cercana realidad que se avecina.
No obstante, cada uno tendrá que poner de su parte, no solo se trata de exigir a los políticos responsabilidades, sino también que la integración debe comenzar con esta oleada de nuevos inmigrantes que deben adaptarse a las normas de conveniencia de la tierra de acogida. En este último punto matizo por algunas costumbres nada aconsejables reflejadas en comportamientos y actitudes que se deben eliminar de personas recién llegadas, que en nada contribuyen a fomentar la buena imagen de esa inmensa mayoría que viene a aportar para bien su grano de arena.
Me precio de conocer grandes amigos de diferentes países que han dejado el listón muy alto, pertenecen a las antiguas generaciones y desde luego gente que desde el primer día de su entrada a este país da lo mejor de sí.
El reto es el mismo para los reagrupados y quienes llegan a la aventura, pues el objetivo es mejorar lo hecho por las antiguas generaciones de migrantes. Durante estos 19 años hemos elaborado reportajes a verdaderos líderes que han trabajado arduamente por la buena imagen de sus colectivos.
No se puede dar pie, a que por los impresentables de turno, o por reprochables comportamientos metan a todos en el mismo saco, la inmensa mayoría son los que llegan a hacer las cosas de la mejor manera, pero los pocos que vienen a mostrar actitudes grotescas hacen daño, y a la vez mucho ruido.