Juan Pablo Blanco A.
Antes de escribir esta columna, había adelantado un par de ideas en mis perfiles de redes sociales sobre la noticia que le ha dado la vuelta al mundo esta semana sobre la regularización en Colombia de más de un millón de venezolanos. En mi caso personal, debo admitir que me cuesta ser objetivo e imparcial desde mi condición de inmigrante, pues me ha aventurado a salir de mi país en busca de una vida mejor desde 1997.
Expongo la vivencia personal para ir de lleno al fondo de la cuestión. El primer deber era sacar adelante los estudios, pero luego de dos años de expirar el visado de estudiante llegó lo “bueno”. A trabajar se dijo, y a conocer realmente lo que era ganarse la vida en otro país.
Sin entrar en detalles conocí en primera persona lo que era vivir en la irregularidad administrativa, no porque lo hubiese elegido o fuera masoquista, sino por una pésima asesoría profesional que me jugó una mala pasada en Estados Unidos.
Nunca olvidaré esos dificilísimos tiempos para salir adelante, estar sin papeles en un país ajeno no es lo más aconsejable, pero hay personas a las que no les queda otra alternativa. El dolor y las penurias ajenas se entienden más cuando has vivido en tus carnes todo tipo de experiencias, que dicho sea, enseñan a fortalecerte espiritualmente y a tener un poco más de empatía con los problemas del prójimo.
Hay personas que cómodamente desde el sofá de su casa se erigen en próceres de los colectivos más desfavorecidos, echan mano de lo más fácil y rápido. Sí, efectivamente en las redes sociales donde se auto-proclaman solidarios para encontrar desesperadamente miles de “me gusta” y captar centenares de seguidores en sus perfiles.
Se creen que con eso son los salvadores del mundo, pero nada mejor que hacer un trabajo a pie de calle para no ceñirse únicamente a la teoría. Los post de opinión se los lleva el viento y se quedan navegando vagamente en la red.
También hay quienes olvidan completamente sus orígenes.
Me sabe mal por mis compatriotas, no quiero ofender absolutamente a nadie, pero los que critican o lanzan improperios a través de las redes sociales por la medida del gobierno colombiano deberían apelar a la memoria histórica de los años setenta y ochenta.
Recordemos que más de cinco millones de colombianos llegaban a lo que era considerada la “Estados Unidos de Sudamérica” de la época. ¡Cómo nos cambia la vida!. Alcanzo a recordar esa época de bonanza y prosperidad en la diáspora colombiana de aquellos años.
Hoy por hoy, cincuenta años después, millones de venezolanos han salido despavoridos de un régimen arbitrario, diría lo mismo de Pinochet en su momento para que no politicemos el asunto.
Venezuela fue un país que le abrió las puertas no solo a los colombianos, sino a millones de latinoamericanos, lo digo a propósito de las expulsiones masivas de venezolanos en Chile esta semana.
Ha sido un acierto del Gobierno de Iván Duque haber concedido la figura del Estatuto de Protección Temporal a los venezolanos, es plausible y lo reconoció la misma oposición en cabeza de Gustavo Petro.
Si hubiese sido al revés, también desde el Centro Democrático hubieran estado en la obligación moral de valorar positivamente la medida.
En el mandato de Rodríguez Zapatero se regularizaron en España más de quinientos mil inmigrantes. Y así sucesivamente, gracias al arraigo social o a la reagrupación familiar miles arreglan su estatus migratorio año tras año. Entonces, no olvidemos nuestros orígenes, los sufrimientos propios o de nuestras familias inmigrantes que con sus remesas ayudan al sostenimiento de la economía de nuestros países.
Siempre hay que mirar por el retrovisor, de gente de bien es ser agradecido y sobre todo, tener buena memoria.
¡Bienvenidos venezolanos a la regularización!.