Y seguramente serán millones más, si definitivamente no tomamos conciencia del riesgo que conlleva conducir bajos los efectos del alcohol o estupefacientes. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. No es hora de buscar culpables, ni de señalamientos por nacionalidades, credos o costumbres. De eso se encargará la justicia.
Por muy baja que sea la tasa de alcohol en el cuerpo no deja alterar los sentidos en el momento de estar al frente del volante de un vehículo. Si bien los altos índices de siniestralidad por este tipo de hechos apuntan a la población joven, tampoco las personas mayores se salvan, incluso, por qué no decirlo que entre más viejos nos volvemos más irresponsables somos.
En la madrugada del pasado domingo 29 de enero en un cruce de dos calles palmesanas de habitual circulación de vehículos, una grave imprudencia de un conductor bebido que arrojó una tasa de 0.60 miligramos por litro de aíre expirado, muy superiores del nivel máximo permitido 0,25 miligramos, no sólo cegó la vida de una persona de 38 años, padre de una niña de 10 años, excelente hijo y apreciado por muchos de sus amigos, sino que regó de tristeza y dolor el hogar de una familia, a cuyos padres y hermanos nadie les podrá reparar el daño causado.
Esta noticia no solo me ha tocado cubrirla desde el ámbito profesional, sino que desde luego me ha afectado bastante, no acostumbro a hablar en primera persona, sin embargo, en esta ocasión hago una excepción, a tenor de los acontecimientos. Con César, siempre tuve un trato cercano, me parecía una persona cordial, comprometida y solidaria con las causas nobles.
Su misma forma de ser espontánea, original y orgulloso de sus raíces despertaba en los demás simpatía. El carisma en el trato hacia los demás siempre lo diferenciaban de las otras personas, no todos tenemos la virtud de caerle bien a todo el mundo, en el caso de este colombiano que residía hace doce años en Mallorca, era atípico, sus allegados lo describían como amigo de sus amigos.
La típica definición cuando una persona fallece es que a pesar de sus defectos “era muy buena”. Pero en el caso de César, les puedo asegurar que hasta yo mismo me sorprendí de la gran cantidad de personas que supieron darle valor a la huella que dejó en vida. No recuerdo antes, desde que salí de mi país natal, Colombia, haber visto tanta gente asistir a un funeral, decenas de personas fueron a darle el último adiós al tanatorio. Una despedida propia de un Jefe de Estado, no estoy exagerando.
En medio del inmenso dolor de la familia, su novia y sus amigos, la conclusión es la misma de siempre. La vida es corta y hay que saberla vivir, no estoy diciendo nada nuevo, un letrero de sus más allegados lo confirmaba con una enorme imagen suya esbozando su sonrisa. “Bien- vivida”.
No quisiera volver a ver la imagen desgarradora de miles de Magolas (la progenitora de César) llorando desconsoladamente al lado del ataúd por su hijo, ni las lágrimas de los familiares como pude observarlo en primera persona el pasado miércoles 1º de febrero, no iba a cubrir la noticia, simplemente estaba para acompañar su presencia física en uno de sus últimos días sobre este mundo terrenal.
Quien escribe ya aprendió la lección hace hace varios años que no pasó de un simple susto, hay que tomar notas de los errores, de hombres es errar y de sabios rectificar, no es un mensaje para rasgarnos las vestiduras, sino para que reflexionemos sobre la cantidad de vidas que podemos arruinar como consecuencia de actos irresponsables, incluso hasta la propia vida y la de nuestros seres queridos. Esta vez tengo la oportunidad de contar una experiencia personal a través de uno de mis artículos de opinión
¡ Descansa en paz César!.