Entrar a profundizar en las causas que puede tener para el mundo la llegada
de Donald Trump a la Casa Blanca de los Estados Unidos, sería
repetir la opinión que comparto plenamente con nuestro abogado columnista,
Igor Valiente (página 13 de esta edición) y mi amigo y colega, Francisco Manrique
(página 12), con quien tuve el privilegio de trabajar en el periódico Noticia Hispanoamericana,
un impreso semanal que se editaba en Long Island en el Estado de
New York a comienzos del 2000.
Con Francisco, periodista peruano, compartí investigaciones periodísticas y
anécdotas como las de irnos a dormir dejando finalizada en la imprenta la temática
de la portada en la que anunciábamos como nuevo presidente al demócrata Al
Gore, seis horas después la dirección del periódico nos llamaba para que fuésemos
a rectificar el titular, pues el inquilino de la Casa Blanca iba a ser George
Bush como en efecto sucedió.
Aclaro que no fue error un humano, dejadez o irresponsabilidad informativa
como se pudieran imaginar, al contrario, todos los medios de comunicación y el
sistema electoral de aquel entonces nos ajustamos al protocolo de los comunicados
oficiales de prensa. El error extensivo a todos los poderosos incluyendo
Univisión, Telemundo y los grandes periódicos del país se atribuía al extraño y
complejo sistema electoral de Estados Unidos, la confusión generalizada se derivó
de los conteos en los Colegios Electorales, que en un reñido final le otorgaron la
victoria a Bush.
El epicentro del problema se generó en un conteo por el exquisito botín de 25
votos electorales en el Estado de Florida, que al final encumbró a Bush a la presidencia.
A partir de esta curiosa anécdota de profesión siempre sigo recordando
la veracidad de aquel sonado dicho de que “hasta en las mejores familias se presentan
problemas”. Y si en España y en algunos países latinoamericanos se han
puesto en entredicho los procedimientos en los sistemas electorales, lo de Estados
Unidos, que se supone es la mayor potencia no tiene carta de presentación.
Hillary Clinton ganó en las votaciones populares por una diferencia de más de
medio millón de votos de los ciudadanos, pero Trump se comerá el exquisito trozo
del pastel de gobernar el país con mayor ascendencia mundial. Lo propio sucedió
en aquel entonces, año 2001 con Al Gore que se imponía por 543.895 votos populares
sobre Bush, que también insólitamente ganaba la presidencia con 271 colegios
electorales, cinco más que Gore, que al final obtuvo 266.
La verdad, una opinión no puede cambiar el mundo, pero a quienes hemos
vivido profesionalmente in situ este tipo de noticias nos cuesta masticar y menos
digerir la divina democracia en el país del Tío Sam. Y sí, tal y como sucede en este
descarado y obsoleto sistema electoral, vemos reflejado el orden de diferentes
estamentos llamados a hacer prevalecer la democracia mundial, ¿de qué credibilidad
se habla cuando a grandes escalas se observan este tipo de despropósitos
para la igualdad de condiciones?.
Votos de ciudadanos de primera y de segunda categoría se manejan en los
diferentes Estados del país norteamericano, por mucho que lo quieran maquillar
o adornar los asiduos defensores del magnate, es una afrenta a la democracia.
Lo de Estados Unidos me recuerda una frase de un conocido técnico de fútbol
colombiano cuando pretendía justificar una derrota, Francisco Maturana: “perder
es ganar y ganar es perder”.
Una última reflexión para quienes escriben en las redes sociales desde sus
países de origen aplaudiendo el triunfo de Trump y respaldando la teoría de la
expulsión de los sin papeles. Espero que nunca se vean en la necesidad de emigrar
de su país con sus hijos en medio de una guerra o huir por instinto de supervivencia.
Cuidado con escupir para arriba, la vida nos da muchas vueltas.