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jueves, noviembre 21, 2024
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    Fanny González, consejera familiar y escritora: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”

    Por Ivis Acosta

    A primera vista, quien conoce a Fanny González no imagina que detrás de su frágil figura se esconde una guerrera con un temple de acero y un corazón enorme. Si a esto le sumamos su carisma y sabiduría innata, entonces comprenderemos el éxito de sus presentaciones y talleres allí donde va.

    Y es que esta humilde colombiana devenida conferencista internacional va revolucionando auditorios allí donde va con su mensaje de empatía y amor.
    “Un amor diferente” -como reza el título de su libro-, basado en el respeto profundo hacia el ser humano, sus circunstancias y particularidades.

    Desde muy temprano, Fanny descubrió su vocación por servir; “de niña me llamaban la atención los que dormían en los andenes, en las calles; les pedía a mis padres que me hicieran comida y me iba con mis hermanitas a repartirla con un balde.
    Ahí comencé a empatizar con ese concepto tan olvidado que es la humanidad”.

    De joven se inclinó por la psicología, pero viniendo de una familia tan humilde como la suya, le fue imposible entrar en la universidad, sin embargo, comenzó a formarse de manera autodidacta leyendo y escribiendo sus propios apuntes. Quería comprender al ser humano para trabajar en su bienestar. Y así lo hizo, primero como conferencista y luego como misionera.

    “La religión es un contexto espiritual que nos ayuda a ser sensibles ante el dolor humano” -explica-. Fue así como conoció al amor de su vida, un joven drogadicto con comportamiento suicida al que le trajeron para que trabajase con él, pero en el proceso se enamoraron mutuamente. “Sentí que mi corazón se llenó de algo que no podía descifrar, no era el sentimiento hacia una persona que necesitaba ayuda, sino un amor tan grande hacia ese ser que se iba reconstruyendo, volviendo humano, y le dije a Dios, ‘si esto es amor, dame a este hombre’.”.

    Agrega que “le había pedido a Dios un amor diferente y este lo era; un amor puro, limpio, sin interés de por medio, y recíproco. Así que nos casamos y tuve que enseñarle a comer, a vestirse, educarlo día a día, y luego lo visioné, y le dije: “Quiero que le sirvas a Dios, veo en ti un talento maravilloso”. Y viajamos a estudiar en la Escuela Misionera Argentina donde Dios empezó a construir en él un proyecto de vida”.

    Prosigue con su relato: “una vez que obtuvo la credencial de misionera y se hizo una persona con dignidad y autoridad, regresamos a Colombia y empezamos a observar que había niñas de nuestra comunidad abusadas, violadas, maltratadas, huérfanas, con contextos bastante difíciles, viviendo en casas de misiones, así que recogíamos por temporada de siete a nueve niñas, las cuales llegaban andrajosas, no creyendo en ellas, con miedo, depresiones y comportamientos bastante agresivos, pero Dios actuó en la vida de esas niñas y mientras les enseñaba el oficio de la pastelería, mi esposo, convertido ya en profesor de teología les enseñaba fe, principios morales y espirituales”.

    Fanny cuenta que en dieciocho años sacó de las calles a 69 niñas, 49 de las cuales se hicieron profesionales mientras vivían con ella de siete a nueve años”. Ella les sirvió de soporte para que escogieran profesiones de enfermeras, contadoras y docentes con las misión de ayudar a otras personas y dar testimonios de fe.

    Fanny González en una misión en Zambia realizando obras solidarias por la niñez del país africano

    A pesar de que no ingresó en la universidad, considera que es feliz porque logró construir en aquellas niñas un mundo diferente con una perspectiva grande de futuros profesionales y preparadas para asumir grandes retos a niveles personales.

    Recuerda que en 2019 el hermano Wilson le abrió las puertas para venir a Europa a un seminario, que impartió a 130 mujeres profesionales de todos los campos representando a varios países, enseñándoles la identidad de la mujer, a tener propósitos de vida.

    Este evento fue un gran éxito, a partir del cual hubo varias personas que la apoyaron para subsidiar a estas niñas vulnerables. “Creían como yo que se puede restaurar a las personas, solo necesitamos meternos en la empatía del dolor ajeno”.

    Pero no todo ha sido color de rosa. Comenta que hace dos año le diagnosticaron un cáncer, lo peor es que los médicos le vaticinaban un año de vida. “Me preparé para morir con dignidad y vivir todos los días con esperanza e ilusión.

    “Le hablaba al médico, a las enfermeras. Les decía que la enfermedad no es una desgracia, sino un estilo de vida que todos necesitamos vivir para poder entender el dolor humano. De ahí organicé un grupo de WhatsApp de 150 mujeres con cáncer, donde prometimos despedirnos y procesar nuestro caso, ayudarnos en cada dolor y en el proceso de la quimioterapia. Nunca en mi vida hubiera entendido una persona con cáncer si no lo hubiera tenido”, subraya emocionada.

    Paralelamente a esta compleja coyuntura se suma otra triste noticia. Su esposo falleció a causa del Covid. “Se fue aquel hombre que amaba tanto, que hizo mi historia ese hombre que me hizo creer que era posible, que me ayudó a guiarme, a ir a montañas, veredas, pueblos, que me llevó su amor a traspasar países, que confió en mí y me dejó volar”, dice visiblemente triste.

    Sentía en aquel momento que se le quebraba el alma. En definitiva fue más dolorosa su muerte que el diagnóstico del cáncer que padecía. No obstante, la fe hizo que le pidiera al Señor, su Dios, que se hiciera su voluntad.

    Se prometió asimismo continuar con la obra que comenzó junto a su esposo: “ese milagro que vivimos durante 36 años de matrimonio, de vidas transformadas, drogadictos convertidos en hombres y mujeres con dignidad e identidad. Y le dije a mi amor, en la tumbra (y lo puse en el féretro) ‘quien no vive para servir, no sirve para vivir’.

    “Logré lo que quise, no hay cosa más linda de no ponerles límites a la vida, me preparé para morir, pero cinco meses antes de venirme para Europa me hicieron el último diagnóstico y no vieron cáncer, gracias a una dieta vegana, el ayuno y a un tratamiento con guanábana. La pobreza mental nace cuando nos limitamos a resignarnos y a no luchar con fe por nosotros mismos”.

    A día de hoy esta colombiana viaja impartiendo conferencias y talleres, montando comedores infantiles y presentando su libro “Un amor diferente”, acerca de su concepto de un amor no esquematizado ni sujeto a clichés románticos. Un amor verdadero contagiado de empatía y solidaridad como el que ella vivió en carne propia junto a su fallecido marido.

    *Fanny González, forma parte de la Sociedad Misionera Internacional de los Adventistas del Séptimo Día Movimiento de Reforma.

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