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sábado, octubre 5, 2024
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    … y yo también quise entrevistar a Dios

    Por: Víctor Gistau

    Esa es una de aquellas apuestas que alguna vez en la vida profesional de un periodista se la ha planteado a sabiendas de que es arriesgada por lo prácticamente que resulta su nulo triunfo. Sin embargo, los periodistas que tenemos la patente del riesgo en cada una de las acciones que emprendemos, nos gusta mecemos en el sueño por conseguir algo que a bote pronto se nos antoja después una quimera.

    Y puestos a ejercer como maltratadores del teclado, no nos es difícil soñar y dejar al tiempo su espacio por si en algún momento sonaran los clarines del más allá y la apuesta resultara favorable.

    Y… ¿cómo sería la entrevista?. Pues creo que no la plantearía desde el consabido ritual de preguntas y respuestas, sino una simple conversación sobre las realidades del momento que nos toca vivir y en la que caminaríamos sobre simples reflexiones. De cualquier forma el ser humano pivotaría sobre cualquier tema que sacáramos a relucir. Es lo lógico y natural.

    Siempre he creído que la humanidad tiene un poco guardada la solidaridad, pero tenerla la tiene, y ¿cuándo se manifiesta esa virtud?. Indudablemente, cuando los sucesos aparecen o simplemente permanecen cada día al despertar.

    Los donantes altruistas de sangre son un ejemplo de cuanto digo. Y eso es un acontecimiento diario en el que saben, que una pequeña parte de la sangre que fluye por su organismo, será entregado generosamente para que de forma anónima vaya a parar a otras personas que son necesitadas. Y todo ello, sin esperar algo a cambio, salvo la satisfacción de un deber cumplido. Es un ejemplo de solidaridad

    Como también lo es el de aquellas personas que han decidido dedicar parte de su tiempo a acudir a un comedor en donde prestan su apoyo y servicio a los que, hoy por hoy, no se les planteará el problema de tener que escoger entre una variada carta de platos.
    El menú será servido con una agradable sonrisa en la mesa y se trabajará en la cocina, en el reparto y al final entre el estropajo y los útiles del servicio. Todo debe quedar a punto porque al día siguiente hay que volver. Esas colas del hambre que, como dice aquella canción del legionario… “la suerte les hirió con zarpa de fiera”. Eso es otro ejemplo de solidaridad.

    No es fácil escapar de ese ovillo incapaz de tejer un buen presente. Jamás lo hubiéramos pensado y, ¡maldita sea!, ahora bien que lo lamentamos.

    Pues mira, uno de los derroteros por los que provocaría nuestra conversación sería el de aquello que envuelven las tres virtudes teologales del cristianismo, que a buen saber son aquellas que se utilizan para que la persona se acerque directamente a Dios.

    Y de ellas, escojo la esperanza, sin duda alguna, porque la fe y la caridad son innatas al ser humano aunque solo sea por un principio de realidad cotidiana. Creemos y confiamos en esa mañana del presente cuando despierta el nuevo día en el que alguien con generosidad nos ayude a deambular por esos caminos en los que la confianza debilita su voluntad a pasos agigantados. Definitivamente el ser humano es el invento más necesario.

    La esperanza pues, resulta ser el recurso más liviano de quien se aferra con ahínco al nuevo día en busca de esa solución a su problema; solución que casi siempre juega al escondite con aquello de que al terminar llegará un final feliz.

    Y siempre de la mano de la esperanza miles de conciudadanos, haciéndose partícipes de esa realidad, se engrosan en las largas listas de personas en las que el ser solidario es su seña de identidad.

    Terrible, pero cierto… mañana en todo el mundo ochocientos millones entre niños y adultos no tendrán nada que comer, y no nos engañemos no son solo residentes del llamado tercer mundo. Las colas del hambre erizan al más pintado, y por eso la solidaridad es la clave para hacer más llevadera la situación.

    Miles de negocios a cuyo frente estaba una economía familiar, han echado el cierre definitivo. Alquileres de viviendas y negocios que no se han podido pagar, servicios tan elementales como la electricidad y el agua son esperados como una pequeña tabla de salvación para alcanzar aquel nuevo día. Los bancos de alimentos cierran la jornada con las estanterías casi vacías, pero cuando de nuevo llega ese despuntar del alba centenares de miles de personas ayudan con su donación y apoyo dejando bien patente que la solidaridad no es una medalla para colgarse en el pecho sino un sentimiento en el global de la verdad.

    Rindamos pues a los voluntarios un homenaje tan leal como lo es el silencio con el que ennoblecen su vida. Una vida que habrá merecido la pena ser vivida

    Como dijo un buen día nuestro admirado Gabriel García Márquez… “Recordar es fácil para el que tiene memoria. Olvidarse es difícil para el que tiene corazón”.

    Si alguna vez consigo entrevistar a Dios, pienso planteárselo.

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